sábado, 30 de noviembre de 2019

Matrimonios, aprendan a discutir







ALGUNAS IDEAS PARA LA BUENA COMUNICACIÓN CONYUGAL

Aprender a discutir.

La relación conyugal es la más estrecha, y, por tanto, la más exigente de cuantas los seres humanos pueden llegar a establecer a lo largo de su vida. Compartir hasta la respiración hace que cada pequeño gesto, y, por ende, cada palabra, sea escudriñada y produzca efectos. Y, por eso es absolutamente esencial que aprendamos a comunicarnos bien[1].

Desde la boda, el marido y la mujer pasarán por diferentes etapas, las cuales, si el matrimonio está bien construido, es decir, si tiene bases sólidas –si se vivió el noviazgo de modo conveniente y efectivo, y sirvió para aumentar el conocimiento mutuo- servirán para crecer en el amor, y así, la relación, y cada uno de sus miembros irán mejorando en los distintos aspectos de su vida y de su personalidad.

Sin embargo, se trata de un camino no exento de dificultades, pues exige llevar a cabo un esfuerzo diario para combatir nuestro egoísmo, la raíz de casi todos los males morales que afligen a las personas y destruyen los matrimonios.

De ello surge la consecuencia evidente de que es imposible que el matrimonio no discuta, pues determinadas situaciones o necesidades serán vistas de manera diametralmente diferentes por ambos cónyuges. Se trata de la misma realidad o el mismo problema, pero sobre el que cada uno tiene una idea diferente.

Esta posibilidad de tener ideas discordantes hay que darla por sentada entre los miembros de la pareja, porque es inevitable. ¿Hay posibilidad de que se generen conflictos a lo largo de la vida matrimonial? No, en absoluto, no hay posibilidad… hay seguridad. Se generarán, con certeza, y eso no es malo, ni hay que tener temor a que ocurra. Porque incluso es bueno, y esos conflictos bien resueltos, sirven para el crecimiento personal –hay que ceder, y ello nos hará mejores, más generosos, desprendidos y, en consecuencia, más alegres- y para la mejora de la relación matrimonial, que se verá muy beneficiada de la correcta gestión de una crisis[2], de una disparidad de opiniones. En la gran mayoría de los casos, los motivos de discusión son siempre los mismos, y responden a situaciones que, vistas desde fuera, tienen, generalmente, poca o ninguna importancia objetiva.

Lo que hay que evitar es dejar de solucionar estas desavenencias, mediante el silencio o el distanciamiento. Si tememos hablar con el cónyuge para no discutir, estamos dejando entrar al “diablo del silencio” en nuestro santuario matrimonial, y ello supone asumir un riesgo importante. No hablar es distanciarse, alejarse y abandonarse.

Pues bien, hecha esta introducción, voy a exponer ocho sencillas técnicas que a nosotros nos han ido realmente muy bien en nuestros primeros veintinueve años de matrimonio, y más de 30 juntos.

a.      Escuchar.
Ante todo, debemos aprender a escuchar. Es la primera técnica que sugiero. Ello exige renunciar a transformar la discusión en un combate dialéctico (es decir, en una competición consistente en argumentar y discutir para vencer al contendiente, mediante técnicas que rebaten los razonamientos del contrario para situar a los nuestros por encima y, así, resultar vencedor). Es decir, nunca debemos considerar un desencuentro como un combate en el que debe haber un ganador.

Escuchar al otro supone, sencillamente, ponerse en su lugar. Si nuestro cónyuge nos dice que se ha sentido mal con algo que hemos dicho, o hecho, o no hemos dicho o no hemos hecho, no intentemos contra-argumentar (“…yo no he hecho o dicho eso”, o menos aún “no te enteras de nada, estaba diciendo –o haciendo- esto otro”). No, simplemente escuchemos, e intentemos comprender la raíz del malestar del otro o de su diferente modo de ver el problema o la situación.

Escuchar supone, pues, un esfuerzo por comprender al otro, por lo que se debe dejar al otro hablar hasta que acabe todo lo que tiene que decir.

Por eso, después de escuchar, callemos, interioricemos lo escuchado y… si es necesario, pidamos perdón, para, en el futuro, intentar comportarnos de otra manera.

b.      Pedir perdón y perdonar
En palabras de Jutta Burggraf, «nadie puede hacernos tanto daño como los que debieran amarnos. “El único dolor que destruye más que el hierro es la injusticia que procede de nuestros familiares," dicen los árabes»[3]. Y sigue diciendo: «¿Qué es el perdón? ¿Qué hago cuando digo a una persona: "Te perdono"? Es evidente que reacciono ante un mal que alguien me ha hecho; actúo, además, con libertad; no olvido simplemente la injusticia, sino que renuncio a la venganza y quiero, a pesar de todo, lo mejor para el otro». Desde luego, aquel que acuñó aquella famosa frase de que «el amor consiste en no tener que decir nunca “lo siento”» no sabía una palabra de amor.
Para que la pareja matrimonial sea funcional, los cónyuges deben pedirse perdón, y perdonarse, muchas veces. Y, generalmente, deberá tomar la iniciativa el cónyuge que se considere agraviado. Aunque resulta paradójico, y no es fácil, este sencillo comportamiento soluciona muchas situaciones difíciles.

c.       No interrumpir.
De lo que se ha dicho se deduce esta segunda técnica: no se debe interrumpir al otro antes de que acabe de decir todo lo que desee o tiene que decir. Es muy molesto –para todos- que nos interrumpan cuando expones una idea, creyendo, los que te escuchan, que saben ya –antes de decirlo- lo que vas a decir, o lo que quieres decir. El que escucha, como vemos en este caso, presume lo que quieres o intentas decir, supone que te refieres a unos determinados antecedentes, y, posiblemente, esa suposición sea falsa.

Interrumpir de ese modo supone, sencillamente, que no estamos escuchando, porque nuestro cerebro está dedicado a elaborar la respuesta -dialéctica-. Y es una respuesta que, normalmente, será incorrecta, estará equivocada, porque no hemos acabado de escuchar al cónyuge y, por tanto, no hemos llegado a comprenderle. Con las interrupciones podemos incluso llegar a faltar al respeto al cónyuge.

d.      Evitar presunciones
La tercera habilidad necesaria es aprender a evitar las presunciones. Lo acabamos de ver, las presunciones corresponden a deformaciones cognitivas[4], que son mecanismos inconscientes del cerebro que nos hacen imaginar situaciones que no son reales.

No presumamos, o supongamos, nunca, lo que el otro nos está queriendo decir. Escuchemos, y, si no entendemos, preguntemos, pero no presupongamos. Presuponer es un serio inconveniente a cualquier diálogo.

e.      No considerar al otro nuestro rival y no competir, no tenemos público.
Cuarta técnica. En la gestión de un desencuentro, un enfado, una situación compleja que no entendemos, y que nos genera inseguridad, tendemos a ver nuestra pareja como a un rival o contendiente, y nos preparamos a la lucha[5]. Hay que luchar contra este modo –equivocado- de ver las cosas. Porque de lo contrario, la discusión se convertirá en un combate, y de la lucha, un miembro de la pareja, o ambos, pueden resultar heridos.

Aquí es de aplicación la paciencia[6]: saber esperar, ponerse en lugar del otro y escuchar. Muchas veces, el cansancio, las pocas horas de sueño, o el estar abrumado por problemas cotidianos, nos hacen hacer o decir cosas que en otra situación no diríamos o haríamos jamás. Muchas veces, esa manera inadecuada de comportarnos se debe, simplemente, a la química de nuestro organismo. Por eso hay que saber esperar, comprender, y escuchar.

f.        No mezclar temas, no traer a colación el pasado.
Los temas que se discuten no deben “contaminarse” evocando situaciones similares ocurridas en el pasado, -que nunca serán tan similares como pretende el que las invoca- o recurriendo al tan socorrido “y tú más”. Comportarse de ese modo en una discusión no sirve más que para iniciar un camino circular que no conduce a lugar alguno, y que sólo servirá para enconar el enfrentamiento, y empeorar la desavenencia surgida.  

Conviene centrarse en la situación que ha generado la discusión, focalizar en ella los razonamientos para intentar resolverla o llegar a un acuerdo. Evitemos siempre traer a colación otros sucesos y situaciones del pasado. Es un error muy común.

g.      Evitar quejas y reproches. No ser una “máquinita de regañar”.
Algo que debemos tener siempre presente, la misión del marido no es educar a su esposa, así como tampoco es misión de la esposa educar al marido. De modo que evitemos utilizar con nuestro cónyuge el tono del maestro enfadado, o el que un padre o madre utilizan para corregir o castigar a su hijo. Es otro error grave, que se comete por exceso de confianza, porque con él podemos llegar a faltar al respeto a nuestro cónyuge.

h.      Jamás faltar al respeto a nuestro cónyuge.
Y la última advertencia, que es crucial, y sobre la que nunca se insistirá bastante: Debemos tratar a nuestro cónyuge, siempre y en todo caso, pero más en una discusión, con absoluto respeto, consideración y afecto, como trataríamos a la persona que nos mereciera nuestra máxima consideración. Eso supone no levantar la voz, ni mucho menos insultar. Gritar, gesticular, despreciar, amenazar, golpear objetos, arrojar cosas con fuerza, etc., son comportamientos agresivos. Suponen, aun en su menor grado, ejercer violencia. Y eso no hay relación conyugal que lo supere, salvo a costa de un enorme esfuerzo, que, en muchas ocasiones, no deja la situación como antes de esa pérdida de respeto.

___________________________

SOBRE LA IMAGEN: El director de largometraje, Noah Baumbach, afirmó: "“Lo que quería era hacer una historia de amor. Y por un tiempo estuve pensando en cómo hacerlo. Cómo contar una historia de amor de una manera diferente o una manera con la que yo pudiese relacionarme. Creo que esta película es sobre el divorcio de muchas maneras, es verdad, pero siempre estuve muy enfocado en la historia de amor. Pensé que a través del divorcio lo que podía explorar era el matrimonio”.



[1] “La comunicación interpersonal, en el ámbito del matrimonio, es una condición que, por ser esencial para la pareja, resulta ineludible e irrenunciable. El matrimonio no es otra cosa que comunicación. El amor que une a dos personas no es otra cosa que diálogo”. Así se expresa el doctor Aquilino Polaino en su libro La comunicación en la pareja. Errores psicológicos más frecuentes, y sigue diciendo que “es necesario diagnosticar precozmente los errores que por ambas partes se cometen en el frágil y difícil arte de la comunicación”.  

[2] La palabra “crisis”, además de su significado de “situación mala o difícil” significa también cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados
[3] Aprender a perdonar. Jutta Burggraf. Opúsculo que puede encontrarse fácilmente en Internet (por ejemplo, aquí: https://es.catholic.net/op/articulos/10021/cat/411/aprender-a-perdonar.html), y que resulta, en mi opinión, de lectura obligada para toda pareja de novios que tenga intención de casarse, y, por supuesto, para todo matrimonio. A él me remito con entusiasmo.
[4] “Hay distintas maneras de distorsionar la realidad, guiándonos por nuestra cognición sin saber si ésta es la acertada. El autor del libro expone que todas las parejas que han sido capaces de amarse y comunicarse pueden llegar a arreglar sus desavenencias haciendo un trabajo cognitivo adecuado. Suele ser curioso que el amor se convierta a veces en desprecio cuando éste solo se basa en nuestras interpretaciones. Tal vez, hay que sentarse a reflexionar cómo ciertos pensamientos destruyen algo que puede ser, verdaderamente hermoso.” Con el amor no basta. Aaron T. Beck, (1990) Paidós, Barcelona.

[5] “A veces se dicen cosas sin pensar. No expresan lo que uno siente, sino más bien la tensión del momento o incluso el deseo de ganar la discusión”. Eso es lo que dice Prudencia Prim para consolar a la madre del Hombre del Sillón, arrasada en lágrimas tras unas duras palabras de su hijo. Natalia Sanmartín Fenollera. El despertar de la Señorita Prim. Novela de lectura muy recomendable para los cónyuges, aunque sólo incidentalmente trate sobre el matrimonio. 

[6] El Papa Francisco trata este asunto en su exhortación apostólica Amoris Laetitia (A.L., 91-92) admirablemente bien, al hilo del hermoso texto paulino de Corintios 13, 4-7:

“91. La primera expresión utilizada es makrothymei. La traducción no es simplemente que «todo lo soporta», porque esa idea está expresada al final del v. 7. El sentido se toma de la traducción griega del Antiguo Testamento, donde dice que Dios es «lento a la ira» (Ex 34,6; Nm 14,18). Se muestra cuando la persona no se deja llevar por los impulsos y evita agredir. Es una cualidad del Dios de la Alianza que convoca a su imitación también dentro de la vida familiar. Los textos en los que Pablo usa este término se deben leer con el trasfondo del Libro de la Sabiduría (cf. 11,23; 12,2.15-18); al mismo tiempo que se alaba la moderación de Dios para dar espacio al arrepentimiento, se insiste en su poder que se manifiesta cuando actúa con misericordia. La paciencia de Dios es ejercicio de la misericordia con el pecador y manifiesta el verdadero poder.

92. Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos. El problema es cuando exigimos que las relaciones sean celestiales o que las personas sean perfectas, o cuando nos colocamos en el centro y esperamos que sólo se cumpla la propia voluntad. Entonces todo nos impacienta, todo nos lleva a reaccionar con agresividad. Si no cultivamos la paciencia, siempre tendremos excusas para responder con ira, y finalmente nos convertiremos en personas que no saben convivir, antisociales, incapaces de postergar los impulsos, y la familia se volverá un campo de batalla. Por eso, la Palabra de Dios nos exhorta: «Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad» (Ef 4,31). Esta paciencia se afianza cuando reconozco que el otro también tiene derecho a vivir en esta tierra junto a mí, así como es. No importa si es un estorbo para mí, si altera mis planes, si me molesta con su modo de ser o con sus ideas, si no es todo lo que yo esperaba. El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente a lo que yo desearía.”

6 comentarios:

  1. Como siempre, un post excelentemente escrito. Muy bien argumentado y didáctico. A la vista de este post se capta mejor el sentido de la cita del profesor D'Agostino que figura en el frontispicio de este blog. Amar familiarmente, y fundar sobre esa forma de amar una comunidad de vida y amor. ¡Qué lejos de las modas actuales! Y también de los temores que incapacitan a muchos para ese "Sí, quiero" que te va a llevar a discutir toda la vida con la misma persona. Y que lección de humanidad, y de capacidad de entrega y perdón, poder discutir durante varias décadas con la misma persona, que no es totalmente "otro", pero tampoco es totalmente un "yo" calcado -clonado, se diría ahora-.
    Enhorabuena, D. Joaquín, una vez más.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por el artículo. Me ha gustado especialmente, la necesidad imperiosa de un buen noviazgo. Es la base de todo.

    ResponderEliminar
  3. Muchísimas gracias por este brillante artículo, desde la raíz misma del amor, la voluntad, la libertad y el compromiso. Enhorabuena.

    ResponderEliminar

Agradecería cualquier comentario relativo al presente post, pero ruego que se haga siempre con respeto, de otro modo no podrá aparecer publicado. Muchas gracias.

Un año en la División Azul.

Transcribo a continuación el artículo que publiqué recientemente en el número 743, junio 2021, de la revista mensual BlauDivisión, Boletín d...