ALGUNAS IDEAS PARA LA BUENA
COMUNICACIÓN CONYUGAL
Aprender a discutir.
La relación conyugal es
la más estrecha, y, por tanto, la más exigente de cuantas los seres humanos
pueden llegar a establecer a lo largo de su vida. Compartir hasta la
respiración hace que cada pequeño gesto, y, por ende, cada palabra, sea
escudriñada y produzca efectos. Y, por eso es absolutamente esencial que
aprendamos a comunicarnos bien[1].
Desde la boda, el marido
y la mujer pasarán por diferentes etapas, las cuales, si el matrimonio está
bien construido, es decir, si tiene bases sólidas –si se vivió el noviazgo de
modo conveniente y efectivo, y sirvió para aumentar el conocimiento mutuo-
servirán para crecer en el amor, y así, la relación, y cada uno de sus miembros
irán mejorando en los distintos aspectos de su vida y de su personalidad.
Sin embargo, se trata de
un camino no exento de dificultades, pues exige llevar a cabo un esfuerzo
diario para combatir nuestro egoísmo, la raíz de casi todos los males morales
que afligen a las personas y destruyen los matrimonios.
De ello surge la
consecuencia evidente de que es imposible que el matrimonio no discuta, pues
determinadas situaciones o necesidades serán vistas de manera diametralmente
diferentes por ambos cónyuges. Se trata de la misma realidad o el mismo
problema, pero sobre el que cada uno tiene una idea diferente.
Esta posibilidad de tener
ideas discordantes hay que darla por sentada entre los miembros de la pareja,
porque es inevitable. ¿Hay posibilidad de que se generen conflictos a lo largo
de la vida matrimonial? No, en absoluto, no hay posibilidad… hay seguridad. Se
generarán, con certeza, y eso no es malo, ni hay que tener temor a que ocurra.
Porque incluso es bueno, y esos conflictos bien resueltos, sirven para el
crecimiento personal –hay que ceder, y ello nos hará mejores, más generosos, desprendidos
y, en consecuencia, más alegres- y para la mejora de la relación matrimonial,
que se verá muy beneficiada de la correcta gestión de una crisis[2], de una
disparidad de opiniones. En la gran mayoría de los casos, los motivos de
discusión son siempre los mismos, y responden a situaciones que, vistas desde
fuera, tienen, generalmente, poca o ninguna importancia objetiva.
Lo que hay que evitar es
dejar de solucionar estas desavenencias, mediante el silencio o el
distanciamiento. Si tememos hablar con el cónyuge para no discutir, estamos
dejando entrar al “diablo del silencio” en nuestro santuario matrimonial, y
ello supone asumir un riesgo importante. No hablar es distanciarse, alejarse y
abandonarse.
Pues bien, hecha esta
introducción, voy a exponer ocho sencillas técnicas que a nosotros nos han ido
realmente muy bien en nuestros primeros veintinueve años de matrimonio, y más
de 30 juntos.
a.
Escuchar.
Ante todo, debemos aprender a escuchar. Es la primera técnica que sugiero. Ello
exige renunciar a transformar la discusión en un combate dialéctico (es
decir, en una competición consistente en argumentar y discutir para vencer al
contendiente, mediante técnicas que rebaten los razonamientos del contrario para
situar a los nuestros por encima y, así, resultar vencedor). Es decir, nunca
debemos considerar un desencuentro como un combate en el que debe haber un
ganador.
Escuchar al otro supone, sencillamente,
ponerse en su lugar. Si nuestro cónyuge nos dice que se ha sentido mal con
algo que hemos dicho, o hecho, o no hemos dicho o no hemos hecho, no intentemos
contra-argumentar (“…yo no he hecho o dicho eso”, o menos aún “no te enteras de
nada, estaba diciendo –o haciendo- esto otro”). No, simplemente escuchemos, e
intentemos comprender la raíz del malestar del otro o de su diferente modo de
ver el problema o la situación.
Escuchar supone, pues, un esfuerzo por comprender al otro, por lo
que se debe dejar al otro hablar hasta que acabe todo lo que tiene que decir.
Por eso, después de escuchar, callemos, interioricemos lo escuchado y… si
es necesario, pidamos perdón, para, en el futuro, intentar comportarnos de otra
manera.
b.
Pedir
perdón y perdonar
En palabras de Jutta Burggraf, «nadie puede
hacernos tanto daño como los que debieran amarnos. “El único dolor que destruye
más que el hierro es la injusticia que procede de nuestros familiares,"
dicen los árabes»[3].
Y sigue diciendo: «¿Qué es el perdón? ¿Qué hago cuando digo a una persona:
"Te perdono"? Es evidente que reacciono ante un mal que alguien me ha
hecho; actúo, además, con libertad; no olvido simplemente la injusticia, sino que
renuncio a la venganza y quiero, a pesar de todo, lo mejor para el otro». Desde
luego, aquel que acuñó aquella famosa frase de que «el amor consiste en no
tener que decir nunca “lo siento”» no sabía una palabra de amor.
Para que la
pareja matrimonial sea funcional, los cónyuges deben pedirse perdón, y
perdonarse, muchas veces. Y, generalmente, deberá tomar la iniciativa el
cónyuge que se considere agraviado. Aunque resulta paradójico, y no es fácil,
este sencillo comportamiento soluciona muchas situaciones difíciles.
c.
No
interrumpir.
De lo que se ha dicho se deduce esta segunda técnica: no se debe
interrumpir al otro antes de que acabe de decir todo lo que desee o tiene que
decir. Es muy molesto –para todos- que nos interrumpan cuando expones una idea,
creyendo, los que te escuchan, que saben ya –antes de decirlo- lo que vas a
decir, o lo que quieres decir. El que escucha, como vemos en este caso, presume
lo que quieres o intentas decir, supone que te refieres a unos determinados
antecedentes, y, posiblemente, esa suposición sea falsa.
Interrumpir de ese modo supone, sencillamente, que no estamos escuchando,
porque nuestro cerebro está dedicado a elaborar la respuesta -dialéctica-. Y es
una respuesta que, normalmente, será incorrecta, estará equivocada, porque no
hemos acabado de escuchar al cónyuge y, por tanto, no hemos llegado a
comprenderle. Con las interrupciones podemos incluso llegar a faltar al respeto
al cónyuge.
d.
Evitar
presunciones
La tercera habilidad necesaria es aprender a evitar las presunciones. Lo
acabamos de ver, las presunciones corresponden a deformaciones cognitivas[4], que son
mecanismos inconscientes del cerebro que nos hacen imaginar situaciones que no
son reales.
No presumamos, o supongamos, nunca, lo que el otro nos está queriendo decir. Escuchemos, y, si no entendemos, preguntemos,
pero no presupongamos. Presuponer es un serio inconveniente a cualquier
diálogo.
e.
No
considerar al otro nuestro rival y no competir, no tenemos público.
Cuarta técnica. En la gestión de un desencuentro, un enfado, una situación
compleja que no entendemos, y que nos genera inseguridad, tendemos a ver
nuestra pareja como a un rival o contendiente, y nos preparamos a la lucha[5]. Hay que
luchar contra este modo –equivocado- de ver las cosas. Porque de lo contrario,
la discusión se convertirá en un combate, y de la lucha, un miembro de la
pareja, o ambos, pueden resultar heridos.
Aquí es de aplicación la paciencia[6]: saber
esperar, ponerse en lugar del otro y escuchar. Muchas veces, el cansancio, las
pocas horas de sueño, o el estar abrumado por problemas cotidianos, nos hacen
hacer o decir cosas que en otra situación no diríamos o haríamos jamás. Muchas
veces, esa manera inadecuada de comportarnos se debe, simplemente, a la química
de nuestro organismo. Por eso hay que saber esperar, comprender, y escuchar.
f.
No mezclar
temas, no traer a colación el pasado.
Los temas que se discuten no deben “contaminarse” evocando situaciones
similares ocurridas en el pasado, -que nunca serán tan similares como pretende
el que las invoca- o recurriendo al tan socorrido “y tú más”. Comportarse de
ese modo en una discusión no sirve más que para iniciar un camino circular que
no conduce a lugar alguno, y que sólo servirá para enconar el enfrentamiento, y
empeorar la desavenencia surgida.
Conviene centrarse en la situación que ha generado la discusión, focalizar
en ella los razonamientos para intentar resolverla o llegar a un acuerdo.
Evitemos siempre traer a colación otros sucesos y situaciones del pasado. Es un
error muy común.
g.
Evitar
quejas y reproches. No ser una “máquinita de regañar”.
Algo que debemos tener siempre presente, la misión del marido no es educar
a su esposa, así como tampoco es misión de la esposa educar al marido. De modo
que evitemos utilizar con nuestro cónyuge el tono del maestro enfadado, o el
que un padre o madre utilizan para corregir o castigar a su hijo. Es otro error
grave, que se comete por exceso de confianza, porque con él podemos llegar a
faltar al respeto a nuestro cónyuge.
h.
Jamás
faltar al respeto a nuestro cónyuge.
Y la última advertencia, que es crucial, y sobre la que nunca se insistirá
bastante: Debemos tratar a nuestro cónyuge, siempre y en todo caso, pero
más en una discusión, con absoluto respeto, consideración y afecto, como
trataríamos a la persona que nos mereciera nuestra máxima consideración. Eso
supone no levantar la voz, ni mucho menos insultar. Gritar, gesticular,
despreciar, amenazar, golpear objetos, arrojar cosas con fuerza, etc., son
comportamientos agresivos. Suponen, aun en su menor grado, ejercer violencia. Y
eso no hay relación conyugal que lo supere, salvo a costa de un enorme
esfuerzo, que, en muchas ocasiones, no deja la situación como antes de esa
pérdida de respeto.
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SOBRE LA IMAGEN: El director de largometraje, Noah Baumbach, afirmó: "“Lo que quería era hacer una historia de amor. Y por un tiempo estuve pensando en cómo hacerlo. Cómo contar una historia de amor de una manera diferente o una manera con la que yo pudiese relacionarme. Creo que esta película es sobre el divorcio de muchas maneras, es verdad, pero siempre estuve muy enfocado en la historia de amor. Pensé que a través del divorcio lo que podía explorar era el matrimonio”.
[1] “La comunicación
interpersonal, en el ámbito del matrimonio, es una condición que, por ser esencial
para la pareja, resulta ineludible e irrenunciable. El matrimonio no es otra
cosa que comunicación. El amor que une a dos personas no es otra cosa que
diálogo”. Así se expresa el doctor Aquilino Polaino en su libro La
comunicación en la pareja. Errores psicológicos más frecuentes, y sigue
diciendo que “es necesario diagnosticar precozmente los errores que por ambas
partes se cometen en el frágil y difícil arte de la comunicación”.
[2] La palabra “crisis”, además de su
significado de “situación mala o difícil” significa también cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o
una situación, o en la manera en que estos son apreciados”
[3] Aprender a perdonar. Jutta Burggraf. Opúsculo que puede
encontrarse fácilmente en Internet (por ejemplo, aquí: https://es.catholic.net/op/articulos/10021/cat/411/aprender-a-perdonar.html),
y que resulta, en mi opinión, de lectura obligada para toda pareja de novios
que tenga intención de casarse, y, por supuesto, para todo matrimonio. A él me
remito con entusiasmo.
[4] “Hay distintas maneras de distorsionar la realidad, guiándonos
por nuestra cognición sin saber si ésta es la acertada. El autor del libro
expone que todas las parejas que han sido capaces de amarse y comunicarse
pueden llegar a arreglar sus desavenencias haciendo un trabajo cognitivo
adecuado. Suele ser curioso que el amor se convierta a veces en desprecio
cuando éste solo se basa en nuestras interpretaciones. Tal vez, hay que
sentarse a reflexionar cómo ciertos pensamientos destruyen algo que puede ser,
verdaderamente hermoso.” Con el amor no basta. Aaron T. Beck, (1990)
Paidós, Barcelona.
[5]
“A veces se dicen cosas sin pensar. No expresan lo que uno siente, sino más
bien la tensión del momento o incluso el deseo de ganar la discusión”. Eso es
lo que dice Prudencia Prim para consolar a la madre del Hombre del Sillón,
arrasada en lágrimas tras unas duras palabras de su hijo. Natalia Sanmartín
Fenollera. El despertar de la Señorita Prim. Novela de lectura muy
recomendable para los cónyuges, aunque sólo incidentalmente trate sobre el
matrimonio.
[6] El Papa Francisco trata
este asunto en su exhortación apostólica Amoris Laetitia (A.L., 91-92) admirablemente
bien, al hilo del hermoso texto paulino de Corintios 13, 4-7:
“91. La primera expresión utilizada es makrothymei. La traducción no
es simplemente que «todo lo soporta», porque esa idea está expresada al final
del v. 7. El sentido se toma de la traducción griega del Antiguo Testamento,
donde dice que Dios es «lento a la ira» (Ex 34,6; Nm 14,18). Se muestra
cuando la persona no se deja llevar por los impulsos y evita agredir. Es una
cualidad del Dios de la Alianza que convoca a su imitación también dentro de la
vida familiar. Los textos en los que Pablo usa este término se deben leer
con el trasfondo del Libro de la Sabiduría (cf. 11,23; 12,2.15-18); al mismo
tiempo que se alaba la moderación de Dios para dar espacio al
arrepentimiento, se insiste en su poder que se manifiesta cuando actúa con
misericordia. La paciencia de Dios es ejercicio de la misericordia con el pecador
y manifiesta el verdadero poder.
92. Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar
agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos. El problema es
cuando exigimos que las relaciones sean celestiales o que las personas sean
perfectas, o cuando nos colocamos en el centro y esperamos que sólo se cumpla
la propia voluntad. Entonces todo nos impacienta, todo nos lleva a reaccionar
con agresividad. Si no cultivamos la paciencia, siempre tendremos excusas para
responder con ira, y finalmente nos convertiremos en personas que no saben
convivir, antisociales, incapaces de postergar los impulsos, y la familia se
volverá un campo de batalla. Por eso, la Palabra de Dios nos exhorta:
«Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la
maldad» (Ef 4,31). Esta paciencia se afianza cuando reconozco que el otro
también tiene derecho a vivir en esta tierra junto a mí, así como es. No
importa si es un estorbo para mí, si altera mis planes, si me molesta con su modo
de ser o con sus ideas, si no es todo lo que yo esperaba. El amor tiene
siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte
de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente a lo que yo desearía.”
Como siempre, un post excelentemente escrito. Muy bien argumentado y didáctico. A la vista de este post se capta mejor el sentido de la cita del profesor D'Agostino que figura en el frontispicio de este blog. Amar familiarmente, y fundar sobre esa forma de amar una comunidad de vida y amor. ¡Qué lejos de las modas actuales! Y también de los temores que incapacitan a muchos para ese "Sí, quiero" que te va a llevar a discutir toda la vida con la misma persona. Y que lección de humanidad, y de capacidad de entrega y perdón, poder discutir durante varias décadas con la misma persona, que no es totalmente "otro", pero tampoco es totalmente un "yo" calcado -clonado, se diría ahora-.
ResponderEliminarEnhorabuena, D. Joaquín, una vez más.
Mil gracias, Don Vicente
EliminarMuchas gracias por el artículo. Me ha gustado especialmente, la necesidad imperiosa de un buen noviazgo. Es la base de todo.
ResponderEliminarGracias, Don Anónimo
EliminarMuchísimas gracias por este brillante artículo, desde la raíz misma del amor, la voluntad, la libertad y el compromiso. Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias, Don Javier.
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