Tuve ocasión de asistir ayer tarde a la
proyección, en la Academia de la Artes y las Ciencias Cinematográficas de
Madrid, de un documental sobre la trayectoria profesional y humana de Miguel
Milá, el galardonado diseñador industrial e interiorista a quien tengo la
suerte de conocer desde hace muchos años, por motivos familiares que no vienen
ahora al caso.
Persona excepcionalmente culta, charlar con
él es siempre fácil y apasionante, pues sus palabras suelen estar lejos del
vacío protocolario. Es un conversador de los
que escuchan y se interesan sinceramente por su interlocutor, de los que están abiertos a aprender algo nuevo, y de los que siempre te enriquecen, pues saben sacar, como
los buenos maestros, lo mejor de ti. Por eso es de aquellas personas cuyas palabras
solemos recordar durante mucho tiempo. De las que
saben ver la misma realidad que uno mismo ve, pero desde un punto de vista
diferente, y generalmente más atractivo del que habíamos advertido hasta
entonces.
Creo
que por eso es tan popular y tan querido, además de por ser una persona de una
deliciosa sencillez y de educación exquisita.
Miguel valora el confort como el mayor
lujo, y en él incluye la estética. Y en esto creo que tiene mucha razón,
porque, en mi opinión, es imposible estar cómodo en un lugar en el que las
cosas que te rodean son feas o vulgares.
Muchas veces nos encontramos en lugares o
situaciones que aparentemente reúnen los requisitos mínimos para sentirnos
cómodos, compañía agradable, alimentos bien cocinados, temperatura y ventilación
adecuadas, pero, por algún motivo no acabamos de sentirnos a gusto y estamos
deseando salir de allí cuanto antes, sin que a veces seamos plenamente
conscientes de ello. Es una sensación que apesadumbra a cualquiera y que nos
baja la energía vital, y que podemos sentir con desagrado tanto en espacios
abiertos (hay ciudades muy feas, o rincones o lugares de ellas), como en el interior
de edificios de todo tipo, tanto públicos, industriales, comerciales,
administrativos, como privados, casas particulares, sedes de asociaciones,
clubs… Cuando el entorno es feo, o estamos sitiados por cosas feas nuestro
estado anímico no es bueno.
Creo que el reconocimiento y
el apasionamiento por la belleza, es lo que nos hace específicamente
humanos. En la belleza hay armonía con el mundo, orden y quietud. Miguel Milá
es extremadamente ordenado, porque en el orden de las cosas hay belleza. Quizás
la belleza no sea otra cosa que la disposición ordenada de las cosas.
La belleza, en palabras de Mons. Luigi
Negri, rememorando a San Agustín, en el prólogo al opúsculo de Joseph Ratzinger titulado así precisamente, “[es]
palabra que revela la inevitable
nostalgia del hombre por la verdad, la justicia y el bien, es decir, la
nostalgia de Dios”. Por eso, la experiencia de la belleza es “fundamental en la vida y la cultura del
hombre”.
Nos repugna lo feo porque no podemos
sacudirnos el miedo de que “al final no sea el aguijón de lo bello lo que nos conduzca a la verdad, sino que la
mentira, lo que es feo y vulgar, constituyan la verdadera «realidad»”[1].
Por ello cobra sentido aquella afirmación de que “después de Auschwitz no se ha podido hacer poesía”. Esa es la razón de que nunca
acabaremos de sentirnos cómodos ni seguros si nos rodea la fealdad o la vulgaridad,
puesto que vulgar no es otra cosa que aquello que carece de novedad e
importancia, o de verdad y fundamento.
Miguel Milá parece pensar como Platón que
el encuentro con la belleza produce en el hombre “una sacudida emotiva y saludable que le hace salir de sí mismo[2]”
a la búsqueda de aquello primigenio que perdió, que no es otra cosa que la
perfección. Porque Miguel busca siempre la perfección, que no es sino la búsqueda
de la belleza acabada.
Imagen: http://puntoluz.com/ca/disenadores/miguel-mila
Extraordinario y conmovedor, articulo Joaquín de acuerdo con todo.
ResponderEliminarGracias. Tú conoces bien al personaje y sabes que no exagero.
EliminarHay que hablar de las cosas buenas y destacar a quien lo merece. Cuando no se hace, caemos en la inanidad e irrelevancia. Algo más, se sustituye entonces la calidad, la experiencia y la profesionalidad, por otros modelos sociales y profesionales muy discutibles, que, al menos yo, los veo como ridículos, aunque gocen de mucho arraigo entre la "gente guapa"
ResponderEliminarMuchas gracias, J.L., tiene usted razón.
EliminarNo se si será del agrado del auto, pero me ha parecido tan interesante que he subido el enlace a twitter.
ResponderEliminarGIGIA6
Por supuesto, Sr. Gigia. Es de mi agrado. Saludos
ResponderEliminarJa, ja. En uno de mis antiguos artículos en El Cruzado Aragones, hace unos 15 años, ya cit'e a este hombre, al referirme a las cosas bien hechas. Y ahora mismo escribo en mi iPad iluminada por la lámpara que diseñó y que se aprecia en la Foto. Me ha gustado la reflexión y celebro que, tras el paso de 15 años coincidamos de nuevo.
ResponderEliminarBlas
Ja, ja. Hace 15 años, en un artículo que escribí en el Cruzado Aragones ya cit'e a este hombre al referirme a las cosas bien hechas. Y ahora escribo en mi iPad iluminada con su bella y sutil lámpara que diseñó y aparece en la fotografía.
ResponderEliminarTras 15 años, Joaquín, volvemos a coincidir...
¡Qué alegría, Blas!
ResponderEliminarMe ha parecido interesante ya que no conocía a Miguel Milá, pero creo que las esferas de la belleza el bien y la verdad deben considerarse diferenciadas y que hay un componente subjetivo a tener en cuenta en la apreciación estética, aunque estoy de acuerdo contigo en que a través de la ventana de la belleza se pueden vislumbrar las otras dos esferas
ResponderEliminarClaro que sí, José Andrés.
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