Cuando el pasado mes de octubre acudí a
la Santa Misa en la nueva iglesia de Las Tablas, en Madrid, el celebrante me
sorprendió con una jugosa plática en la que, con ocasión de la fiesta de Santa
Brígida de Suecia, copatrona de Europa, comparó a nuestro continente con un
niño huérfano. Podemos, con Dickens, imaginar a este niño viviendo en un
lúgubre orfanato, privado del calor y el cariño de sus padres, sintiéndose
inseguro, temeroso, desconfiado. Esa inseguridad que le hará ver al semejante
como a un enemigo, o como a una víctima, convirtiéndose en perfecto candidato
para toda clase de malas inclinaciones, y casi ninguna esperanza de gozar en el
futuro de una vida larga y venturosa.
Habiendo Europa renunciado a su identidad
cristiana, declarando la muerte de su Padre-Dios, presenta todos los síntomas
de aquel niño huérfano, que teme a su futuro porque ha perdido toda la
esperanza en sí mismo y en la humanidad.
Traigo esto a colación por los recientes
atentados islamistas de París. Lo primero que me gustaría señalar es que, en
contra de la opinión dominante, no ha sido un atentado "contra
la libertad de expresión".
La libertad de expresión no es un derecho
ilimitado –como tampoco lo es ningún otro-. En su ejercicio siempre se deben
respetar los derechos de los demás. Por ejemplo, en España, el artículo 20 de
la Constitución señala al respecto que “estas libertades tienen su límite en el
respeto a los derechos reconocidos en este Título, en los preceptos de las
leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, a la
intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la
infancia”.
Así, en ningún caso resultará admisible
el insulto o las calificaciones claramente difamatorias, como establece el
Tribunal Constitucional, en sus sentencias SSTC 204/2001, de 15 de octubre;
20/2002, de 28 de enero; STC 181/2006; STC 9/2007. Por tanto tampoco se puede
hacer escarnio o mofa de las creencias de los demás, pues hay otro derecho
fundamental que las protege.
En España, el artículo 10 de la Constitución, en su apartado segundo,
señala que : Las normas relativas a los derechos fundamentales y a las
libertades que la Constitución reconoce se interpretarán de conformidad con la
Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos
internacionales sobre las mismas materias ratificados por España, norma que,
según nuestro TC «obliga a interpretar los correspondientes preceptos de [la Constitución]
de acuerdo con el contenido de dichos Tratados o Convenios, de modo que en la
práctica este contenido se convierte en cierto modo en el contenido
constitucionalmente declarado de los derechos y libertades que enuncia el
capítulo segundo del título I de nuestra Constitución». De la
Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada y proclamada por la
183 Asamblea General de las Naciones Unidas, el 10 de
diciembre de 1948 interesa destacar hora su artículo 18, que
establece que “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de
conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de
religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su
creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la
enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.
Por ello nuestro Código Penal, castiga a quien “para
ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan
públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento,
escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también
públicamente, a quienes los profesan o practican.”
Es decir, que los dibujantes y editores
de la revista atacada no ejercían su derecho a la libertad de expresión cuando
hacían escarnio de las religiones, iban mucho más allá de aquel, abusaban de él
y por tanto incurrían en ilegalidad, situándose al margen del Derecho.
En ese sentido es clarificador lo que Benedicto XVI dijo en Munich el 10 de
septiembre de 2006: “Las poblaciones de África y de Asia ciertamente admiran
las realizaciones técnicas de Occidente y nuestra ciencia, pero se asustan ante
un tipo de razón que excluye totalmente a Dios de la visión del hombre,
considerando que esta es la forma más sublime de la razón, la que conviene
enseñar también a sus culturas. La verdadera amenaza para su identidad no la
ven en la fe cristiana, sino en el desprecio de Dios y en el cinismo que
considera la mofa de lo sagrado un derecho de la libertad y eleva la utilidad a
criterio supremo para los futuros éxitos de la investigación.”
Los terroristas, en realidad, han matado
personas, cercenando vidas humanas, y con ello han atentado contra nuestra
civilización y contra nuestra cultura, y contra todos nosotros, despreciando el
supremo valor de la vida humana. Es decir, han vulnerado los más profundos
valores que sustentan nuestra cultura occidental y nuestra visión del mundo,
esencialmente el que establece la esencial dignidad del ser humano y el valor
absoluto de la vida humana. Como recordaba Benigno Blanco en su Lección inaugural de Apertura de Curso en la UCAM el 12 de noviembre,
la civilización occidental [es] la más humanista que ha existido. Sólo
aquí, en Occidente, hemos descubierto e interiorizado la radical igualdad entre
los seres humanos; sólo aquí hemos construido el concepto de dignidad humana y
teorizado los derechos humanos; sólo aquí hemos creado todo un entramado
institucional para defender la libertad: el Estado de Derecho; sólo aquí hemos
sometido a criterios éticos los más radicales poderes del Estado como la pena
de muerte y la guerra; sólo aquí hemos erradicado la tortura y la esclavitud.
Pero… ¿Estos principios siguen siendo hoy
los valores sobre los que asienta nuestra civilización occidental? ¿No nos
hemos ido encargando nosotros mismos, desde hace décadas, de vaciarlos de
contenido, de relativizarlos e incluso de oponernos a ellos, renunciando así a
nuestra propia esencia?
En la vieja, envejecida y esclerótica
Europa, víctima del pensamiento débil, ha dejado de tener sentido la apelación
a la verdad del hombre, y a un humanismo de raíz cristiana que supuso el
fundamento de los Derechos Humanos y de la consagración de la dignidad
inviolable de todo ser humano.
El relativismo, con su renuncia al uso de
la razón para descubrir la verdad, ha sumido al hombre occidental en un pozo de
miedo y de soledad. Los jóvenes europeos que se ven lamentablemente seducidos
por los movimientos radicales islamitas posiblemente lo sean por la aversión a
caer en el nihilismo. Los asesinos de París –jóvenes esencialmente- no eran una
excepción. Porque, como se ha visto, “cuando prescindimos de Dios emprendemos
una oscura senda en la que toda degradación es posible”, en palabras de Carlos López Díaz.
La solución, la recuperación de la
esperanza está en nuestras manos, pero no será fácil, porque ese pensamiento
débil, que es como una enfermedad, rebaja el nivel ético general, de modo que
en nombre de un falso concepto de tolerancia se termina persiguiendo a los que
defienden la verdad sobre el hombre y sus consecuencias éticas (Papa Francisco,
20-6-2014). Por eso, me temo que, como afirmaba Tácito refiriéndose al Fin del
Imperio Romano, “hemos llegado a un momento en que no somos capaces de soportar
ni nuestros problemas ni sus soluciones”.
Excelente reflexión. Debe permanecer siempre el respeto a la dignidad humana, en su esfera físico y también espiritual y de sentimientos. El problema es -me temo-, que al final se traduzca en que se supriman todas las críticas al islam y que los cristianos sigamos recibiendo todo tipo de vejaciones. Y los políticos, a dos velas..
ResponderEliminarEsta masacre me parece imperdonable. Los cristianos nunca haríamos una cosa semejante, pero si debemos manifestar nuestro descontento cuando se critica y, en ocasiones se ridiculiza, algunos aspectos de la Iglesia o a sus representantes. Aunque siempre lo debemos con el debido respeto y nunca con violencia.
ResponderEliminarRespeto, respeto, educar en respeto, un huerfano nunca puede ser educado en respeto si no tiene donde aprenderlo.
ResponderEliminarGracias a todos por vuestros comentarios...
ResponderEliminar