domingo, 16 de marzo de 2014

¿Hijos? No… gracias



Hace unos días se publicaba en un periódico digital, en la sección “LIFESTYLE” un artículo con este título. Al parecer, hay una especie de movimiento o tendencia de opinión que aboga por una vida en pareja (se entiende que heterosexual) pero sin descendencia. Los motivos son puramente personales: “Es nuestra decisión, así entendemos la vida y así la disfrutamos: sin hijos”. Esta elección, según se explica en el artículo, es cada vez más frecuente, aunque todavía minoritaria, entre las parejas españolas. Entre el 13% y el 14% de las mujeres nacidas en 1965 no tiene hijos, mientras que en la generación anterior, la de las venidas al mundo en 1955, ese porcentaje estaba en torno al 10%, según datos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Entre quienes eligen esa opción de forma voluntaria "cuenta mucho la idea de tener una vida más independiente porque, aunque la maternidad sigue siendo muy atractiva, se entiende que los hijos limitan, por ejemplo, las opciones profesionales de la madre o las posibilidades de viajar o de hacer otras cosas del padre", explica Inés Alberdi, catedrática de Sociología de la Universidad Complutense.

Este fenómeno, lejos de ser una curiosidad sin importancia, es extremadamente preocupante. Recomiendo la atenta lectura del artículo del profesor Francisco José Contreras titulado “El invierno demográfico europeo”, en su libro Liberalismo, catolicismo y ley natural. En él leemos: Un espectro vaga por Europa: no es el del comunismo, sino el de la senilidad. Se cierne sobre el continente un «invierno demográfico» que pondrá a muchas naciones, si no al borde de la extinción física, sí al de la evidente insostenibilidad socio-económica. El problema es especialmente acuciante en España, a la cabeza de la baja fertilidad.  

Considero que en la decisión de cerrarse a la procreación tienen mucho peso las razones ideológicas. Cita el profesor Contreras a Mark Steyn, que en su obra American alone: The End of the World As We Know It, afirma:

Nada hace más egoísta a un ciudadano que el colectivismo progresista: una vez que alguien disfruta de atención sanitaria estatal y todo lo demás, le importa un comino el interés social general; tiene ya lo suyo, y si [todos esos «derechos sociales» pagados por el Estado] van a conducir al Estado a la bancarrota de aquí a una generación, bueno, mientras los servicios alcancen hasta que él muera, no hay problema. La socialdemocracia es, así, rotundamente antisocial.

Este egoísmo, esta irresponsabilidad, este horizonte corto son, aparte de suicidas, profundamente contrarios a la naturaleza humana. Durante milenios los seres humanos han considerado imprescindible reproducirse, tener descendencia, han atendido a la llamada de la especie, al instinto de supervivencia (una de cuyas manifestaciones es el instinto de reproducción). Los hijos eran garantía de que el mundo continuaría, de que sería posible el progreso y la felicidad; eran el exponente visible de que la vida humana sobre la tierra tiene sentido.

Y es por ello que la falta de sentido (¿Por qué tendría que manejar un horizonte más largo quien está convencido de que nuestra especie no es sino un capricho de la química del carbono, que nuestros pensamientos y sentimientos no son sino fenómenos neuroeléctricos? se pregunta Contreras), el olvido de la trascendencia, es el motivo más profundo de esta visión del mundo.

Quien se considera autosuficiente, encerrándose en su pequeño mundo, considerando al otro, al prójimo, desde un punto de vista puramente utilitarista, y consagrado a satisfacer de la manera más inmediata posible cualquier deseo o necesidad, deja de ser humano, haciendo imposible el florecimiento de la Comunidad, la cual sólo surge a través de la comprensión de sabernos necesitados, como señala Alasdair Mcintyre.Junto a otros animales no humanos, sigue diciendo MacIntyre, el desarrollo de nuestra especie pasa por admitir nuestra condición de animales dependientes y vulnerables, ya que el ser humano es vulnerable y dependiente, y esta dependencia es uno de los rasgos más radicales que se expresan en su condición humana.  

Quien así piensa, quien decide consciente y voluntariamente vivir en pareja cerrando las puertas a la descendencia lo hace a veces por un erróneo deseo de libertad: "Mi vida es mi libertad y siempre pienso en lo que un niño puede quitarme y no en lo que quizá me aportaría, porque no quiero renunciar a lo que tengo", asegura una sevillana de 39 años. "Me gusta quedar con mis amigas, salir de cañas o apuntarme a clases", explica Lola”. Razones de hondo calado para no procrear, como vemos, que se califican por sí solas en la línea de lo que venimos diciendo.

Le respondería recordando lo que le dijo el gran Severiano Ballesteros, a un periodista, pocos días antes de morir: «Los hijos te van a dar alegrías que compensarán y superarán cualquier otra cosa en la vida. No olvides, continuó, que solos venimos y solos nos vamos, pero en el camino, lo único que tienes es tu familia. Cuídala»

2 comentarios:

  1. Ufff, lo siento, pero hay quien ve más allá de lo que nos dice la iglesia.
    O no te dicen nada los 7.000 millones de personas que hay en el mundo y que crecen a un 3% anual? Me parece que porque unos cuantos decidan no tener hijos no va a pasar nada. (Si acaso que los musulmanes acabarán conquistando el mundo...)
    Haciendo caso a lo que escribió alguien hace 2000 años no vamos a ningún lado.

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  2. JC, con todos los respetos, me parece que no te has enterado de nada.

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