Acabo de leer el artículo que con el título “Sepulcros blanqueados” publicó el pasado 10 de enero Antonio Garrigues Walker en ABC. Y no puedo dejar de manifestar mi preocupación y mi disgusto por algunas de las afirmaciones que vierte en su artículo. Porque está lleno de prejuicios y de lugares comunes.
Me refiero a frases como “Sus mensajes [del Papa Francisco] básicos afectan a temas especialmente sensibles y generan una clara inquietud en los sectores más conservadores y más dogmáticos”, con la que el autor vuelve al desprestigiado expediente de interpretar la acción eclesial en clave política, o cuando al final del artículo califica a la Iglesia como una organización “tan resistente a las nuevas ideas, tan ajena a las nuevas realidades”, pues esta idea supone prescindir de la verdadera naturaleza de la Iglesia (que no es ninguna “organización”), que no es otra cosa que el Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo, que está en la historia “pero que al mismo tiempo la trasciende”, y que es “sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios”, el cual es “el primer fin de la Iglesia, instrumento de redención universal” (CCE, 770, 775 y 776). Por tanto, el mensaje de la Iglesia es siempre nuevo y por eso es siempre motivo de escándalo para el mundo. Justo lo contrario de lo que, con gran ligereza (y parece mentira) afirma Garrigues.
Pero sin embargo, la elección del Papa Francisco ha renovado la Esperanza. Ha supuesto un refrescante soplo de aire fresco, porque con sus palabras y gestos está recuperando lo esencial. Y explicaré porqué. Dice el profesor Francisco J. Contreras, en su libro Liberalismo, catolicismo y ley natural que hoy en día “la noción misma de Dios se vuelve problemática y ha desaparecido del horizonte de muchos” por lo que hay que “mostrar que la idea de un Dios creador es razonable, plenamente compatible con la ciencia y el progreso”. Sin embargo, en lugar de abordar esa batalla de fondo “¡cuánta energía se dilapida en la Iglesia discutiendo sobre cuestiones de estructura y de «régimen interno»”. Porque “lo esencial hoy día no es cómo se organice la Iglesia, sino la pura y simple desaparición de la fe”.
Y aquí es justamente donde está el motivo de la enorme carga de ilusión que para mi representa el Papa Francisco. En su exhortación apostólica Evangelii gaudium (EG), que invito desde aquí a leer entera a D. Antonio, el Papa nos exhorta a todos a llevar a cabo “la nueva evangelización para la transmisión de la fe”, recogiendo la idea de Juan Pablo II, quien en la Carta apostólica Redemptoris missioseñalaba que “mantener viva la solicitud por el anuncio a los que están alejados de Cristo es la tarea primordial de la Iglesia”. Francisco nos urge a todos los católicos a adoptar la actitud misionera, paradigma de toda la obra de la Iglesia, porque “es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo”.
Esto en modo alguno supone ruptura o un cambio espectacular de rumbo de la institución eclesial. “Tampoco deberíamos entender la novedad de esta misión como un desarraigo, como un olvido de la historia viva que nos acoge y nos lanza hacia adelante, (…) pues la alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida” (EG 13).
Por eso considero profundamente equivocadas frases como aquella en la que Garrigues afirma que el Papa Francisco va a ser capaz de poner en marcha un ecumenismo “capaz de superar los encerramientos dogmáticos tradicionales que reforzó el Papa Ratzinger”, porque es radicalmente injusta y falsa. Precisamente Benedicto XVI afirmó el ecumenismo como prioridad de su pontificado. Como leemos en vaticaninsider.lastampa.it, «al día siguiente de su elección, escribió 250 líneas en latín para los cardenales, una especie de “manifiesto del Pontificado” en el que el ecumenismo se confirmó como prioridad preeminente ante otras cuestiones. “El actual Sucesor de Pedro –declaró– asume como compromiso principal el de trabajar sin ahorrar energías para la construcción de la plena y visible unidad de todos los fieles de Cristo. Esta es su ambición, este su impelente deber”». Porque para Benedicto XVI, como recuerda el propio Papa Francisco (EG 251), “la evangelización y el diálogo interreligioso, lejos de oponerse, se sostienen y se alimentan recíprocamente”.
Imagen: www.clarin.com
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