“[...] es una trampa mortal para
cualquier sistema democrático transformar los deseos en necesidades, las
necesidades en derechos, y los derechos, a poder ser, en derechos humanos para
que nadie los pueda cuestionar”.
Joseba
Arregui. (Exconsejero del Gobierno Vasco). El Mundo, 25/11/2013.
Vivimos en unos tiempos en los
que todo el mundo reclama sus derechos,
pero sin embargo comienzan a existir palabras de alguna manera proscritas por
la dictadura de lo “políticamente correcto”. Algunas de ellas son deber, esfuerzo, autoridad, disciplina, o hasta responsabilidad.
Nos recuerda Janne Haaland
Matlary, en su magnífico ensayo Derechos humanos depredados. Hacia una
dictadura del relativismo, que "hubo de
recorrerse un largo camino hasta que los juicios de Nurembreg instituyeron la
dignidad humana como valor supremo, por encima de la política y la Ley,
pues situar los derechos humanos por
encima de la política y la Ley tiene una gran importancia internacional".
Consecuencia de esta consideración fue la Declaración Internacional de los
Derechos Humanos, la cual es consecuencia de una antropología concreta, de una
determinada concepción del Ser Humano.
Pero considerar los derechos
humanos como concepto pre-político supone introducir en el debate el objetivismo
jurídico, es decir, la ley natural, concepto despreciado por los adalides de la
modernidad, pues hoy hay que aceptar sin reservas, como lo más moderno y
progresista, el positivismo jurídico (a pesar de que, como recuerda Francisco
José Contreras, en Liberalismo, catolicismo y Ley natural es un concepto que
tiene ya varios miles de años, y puede remontarse hasta la concepción
aristotélica de lo “justo legal” en contraposición con lo “justo natural”).
Pero hasta el filósofo del derecho socialista Elías Díaz (que, en su libro De
la maldad estatal y la soberanía popular sitúa el concepto de “derecho justo”
exclusivamente en la “no-violencia y la no-discriminación”) reconoce que hay
base para situar la justificación de ello en una "razón ética, es decir, iusnaturalista", pero anima a continuación a superar
tales "distorsionantes residuos
iusnaturalistas".
En realidad, esta extensión
inusitada de los derechos humanos no hace más que diluir su concepto, y tiene
su fundamento último en que ya no se sabe qué es el ser humano, no se admite la
existencia de una naturaleza humana. La mentalidad contemporánea, relativista y
subjetiva, está reñida, como advierte Matlary, con la idea de que "tal naturaleza humana exista y, aún más, de
que pueda conocerse a través de la razón".
Por eso, hemos podido leer
últimamente en la prensa la reacción indignada de algunos padres de alumnos de
un instituto en el que la policía llevó a cabo un registro, tras ser solicitado
el mismo por la dirección del centro por la sospecha fundada de que entre los
alumnos se trapicheaba con droga.
El buenismo o el infantilismo de nuestra sociedad explica muy bien
este hecho, nadie asume responsabilidades, todos somos buenos, benéficos y la
venta de droga en los pasillos del instituto es un hecho aislado, por lo que
no se puede criminalizar a todos los alumnos… Claro, los niños no podían
contemplar cómo existe una ley, unas normas que impiden que se comercie con
droga en el propio instituto, que existen fuerzas de seguridad que deben
garantizar la aplicación de la ley… muy duro, demasiado duro…
Sin poderlo evitar, esto me ha
hecho recordar a Aldous Huxley y su Mundo Feliz. En la pavorosa sociedad que
describe, donde los individuos son producidos en granjas y su destino predeterminado desde antes de nacer, se utiliza un medio de control muy efectivo, que no es
otro que la inmediata satisfacción de cualquier necesidad. A ello se le añade
la destrucción de la familia y la generalización del consumo de drogas. Desde
muy pequeños, los niños, que nacen sin una familia y sin el referente paterno y
materno, son entrenados en el juego erótico. Se trata de que ninguna necesidad
quede sin satisfacción inmediata. Veamos este diálogo entre Mond, el
Interventor General y “el salvaje”:
-Pero la
civilización industrial sólo es posible cuando no existe autonegación. Es
precisa la autosatisfacción hasta los límites impuestos por la higiene y la
economía. De otro modo las ruedas dejarían de girar.
-¡Tendrían ustedes
una razón para la castidad! -dijo el Salvaje, sonrojándose ligeramente al
pronunciar estas palabras.
-Pero la castidad
entraña la pasión, la castidad entraña la neurastenia. Y la pasión y la
neurastenia entrañan la inestabilidad. Y la inestabilidad, a su vez, el fin de
la civilización. Una civilización no puede ser duradera sin gran cantidad de
vicios agradables.
En una sociedad
esclavizada por la predeterminación y el condicionamiento, la no satisfacción
inmediata de cualquier deseo es extremadamente peligrosa. Fijémonos ahora en el
diálogo entre la bella Lenina y el "Alfa+" Bernard, un espíritu libre (es decir,
defectuoso en aquella sociedad):
“¿Por qué no puedo decirlo? O, mejor aún,
puesto que, en realidad, sé perfectamente por qué, ¿qué sensación
experimentaría si pudiera, si fuese libre, si no me hallara esclavizado por mi
condicionamiento?
-Pero, Bernard, dices unas cosas horribles.
-¿Es que tú no deseas ser libre, Lenina?
-No sé qué quieres decir. Yo soy libre.
Libre de divertirme cuanto quiera. Hoy día todo el mundo es feliz.”
(…) Quiero probar el efecto que produce
detener los propios impulsos, le oyó decir. Fue como si aquellas palabras
tocaran un resorte de su mente.
-No dejes para mañana la diversión que
puedes tener hoy -dijo Lenina gravemente.
Nos suena a todos todo esto,
¿verdad?, y ya vemos hacia donde nos conduce: hacia una sociedad de animalitos
contentos, en apariencia, que necesitarán “las vacaciones del Soma”, es decir,
el escape de la realidad mediante la perdida de la conciencia (es decir, la
droga) en cuanto empiecen a vislumbrar que han dejado de ser personas.
Imagen: http://wishwinkwish.blogspot.com.es
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