Hace pocos días, el Foro Español
de la Familia hacía pública una Nota de Prensa en la denunciaba la privatización de las formas de origen y
finalización del matrimonio anunciada hoy por el Gobierno. El motivo de esa
denuncia era que, en el anteproyecto de ley de jurisdicción voluntaria, se
establecía la posibilidad de que puedan celebrarse matrimonios y formalizarse
divorcios ante notario, equiparándose así a efectos formales, el matrimonio a
cualquier otro contrato.
Es decir, que casarse puede
quedar equiparado a efectos formales, a constituir entre dos amigos una
sociedad en comandita para la explotación, por ejemplo, de una churrería: se
acude al notario, se eleva a escritura pública y después se inscribe ésta,
junto con los estatutos, en el Registro mercantil.
Dicha medida se plantea
cuando el matrimonio ha perdido ya en España, desde las leyes de 2005, todo lo
que le hace reconocible (unión de hombre y mujer, con pretensión de
estabilidad, obligación consecuente de fidelidad mutua, búsqueda de la prole y
búsqueda del bien común). Muestra de ello es la lamentable manera con la que
nuestro Tribunal Constitucional, en sentencia de 6 de noviembre de 2012,
intenta definirlo: Comunidad de afecto
que genera un vínculo, o sociedad de ayuda mutua entre dos personas que poseen
idéntica posición en el seno de esta institución, y que voluntariamente deciden
unirse en un proyecto de vida familiar común, prestando su consentimiento
respecto de los derechos y deberes que conforman la institución y
manifestándolo expresamente mediante las formalidades establecidas en el
ordenamiento.
A esto se le pretende añadir
ahora el despojo de sus formalidades. Lo cual revela un profundo
desconocimiento de las realidades jurídicas, por un lado, y de la naturaleza
humana, por otro.
En lo que hace al primer aspecto,
bastará recordar aquí al Maestro de juristas Pablo Fuenteseca, quien tras
recordar que el ius civile hereda la
rigidez y solemnidad del ritualismo religioso, pues el rito y el formalismo
tienen un valor de origen sacral, llega a afirmar que “la noción misma de ius quizá haya que verla como actuación
humana ritual”. Por ello, la conexión entre el derecho y la forma jurídica es
estrecha y crucial. Las relaciones jurídicas necesitan revestirse de
determinados formalismos para ser reconocibles y por tanto, eficaces.
Pero es que, además, el hombre,
ser social, necesita del rito, de la formalidad, de la acción externa
reconocible para actuar en sociedad. Y especialmente en los momentos en que han
de adquirirse obligaciones futuras, compromisos firmes o cuando llega el tiempo
de construir una relación duradera con un semejante. El matrimonio es, por
tanto, un instituto especialmente necesitado de adoptar un formalismo unívoco,
reconocible por todos y en todo tiempo y lugar.
Las bodas han sido desde siempre
un momento de fiesta por excelencia, el día en que la vida se renovaba, y en
que sólo interesa hacer felices a los que van a consagrarse mutuamente sus
vidas. Por eso han sido objeto y son en la actualidad, a pesar de todo, objeto
de una larga preparación, en la que se invierte mucho tiempo, esfuerzo y
dinero.
Mi sabio amigo José Javier
Rodríguez (que escribe un magnífico Blog: www.tribunasalamanca.com/blogs/perspectiva-de-familia) me cuenta algunos ejemplos de lo que él llama banalización de las formas del matrimonio:
1.- Mi prima se casó por lo civil un martes, como la celebración eres
el sábado siguiente, contrataron a unos actores para que simularan el
"acto" del contrato de matrimonio en uno de los salones del hotel.
2.- Este verano estuve en Las Caldas y, los que conocéis el lugar,
sabéis que tienen unos jardines para celebrar bodas... Los "novios"
como "rito" escenificaron (con escalera, muro, flores y alpacas) un
pasaje adaptado de Romeo y Julieta.
Yo mismo (y casi todos nosotros, con toda seguridad) somos testigos de que la celebración civil del
matrimonio, la escueta “ceremonia” ante el juez, el alcalde o el concejal, no
colma la necesidad de que celebrar una verdadera fiesta que se convierta en el momento central de
ese día tan especial con el que la pareja comienza una nueva vida, totalmente
distinta a la anterior, porque surge en sociedad una nueva familia.
Acontecimiento tan trascendental
debe tener una solemnidad que lo haga distinto a todo. Y esta necesidad me
parece tan radicalmente humana, tan evidente y fácil de entender que ignorarla
supone un olímpico desprecio a la naturaleza humana.
¡Cuánta razón, Don Joaquín! Ahora que tengo a punto de casarse a mi primer hijo, confirmo punto por punto todo lo dicho por Vds. dos.
ResponderEliminarUna nueva vida, pues ya no son dos, sino una sóla carne. Y no porque lo diga la Iglesia, sino porque -si estamos hablando de verdadero matrimonio- los conyuges dejan de vivir para sí mismos y empiezan a construir algo nuevo y distinto, haya o no Sacramento. La ventaja es que los que hemso recurrido al Sacramento tenemos una garantía, una fuerza extra, a la que otros han renunciado, voluntariamente o por las presiones sociales de un laicismo irracional que no busca lo mejor para el hombre, sino para el proyecto ideológico.
Estas modas pasarán, los que se creen ahora muy modernos caerán en el olvido, pero en la Humanidad seguirán cpnstruyéndose familias apoyadas en el matrimonio, que es la forma más completa del amor humano.
¡Gracias, Vicente, por tu certero comentario! De eso podemos estar seguros: la tiranía del falso progresismo, del "buenrrollismo" y del "todo vale" acabará más pronto o más tarde. Y ello por una sencilla razón: están basados en la mentira antropológica.
ResponderEliminarTengo la impresión que el perfil del votante del PP, no opina lo mismo sobre esta fórmula de matrimonio "descafeinado". A saber por qué.
ResponderEliminarBuena pregunta. Yo tampoco lo acabo de entender...
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