En un reciente
artículo, que con el título de “Sin Derecho no hay paz” puede leerse en la web
del Foro Español de la Familia (http://www.forofamilia.org),
su Presidente, D. Benigno Blanco, afirma :
“El respeto masivo
y espontáneo del Derecho es uno de los fundamentos prepolíticos de la vida
social, es algo que solo puede anclarse en las convicciones morales personales
que nacen de ámbitos de humanización como la religión y la familia. Para salvar
o reconstruir una sociedad viable no violenta, es decir, para recuperar el
respeto al Derecho, es imprescindible reforzar y mimar esos ámbitos
prepolíticos de convicciones éticas. Si estos decaen, se impondrá cada vez más
la fuerza bruta, sea la del poder político o económico, la de la opinión
pública o la del sentimentalismo manipulado y manipulable al servicio del
poder”.
Esta acertadísima
reflexión me ha hecho pensar en algo verdaderamente sorprendente: determinados dirigentes
autonómicos (pienso ahora en el Presidente de la Generalidad de Cataluña)
invocan un supuesto “derecho a decidir”, que revisten de legitimidad
democrática y disfrazan de ejercicio democrático perfectamente exigible en una
sociedad occidental del siglo XXI, cuando al mismo tiempo, vulneran de modo
flagrante, reiterado y alevoso la legalidad vigente.
Hay que recordar a
este dirigente político un principio básico, elemental y fundante del orden
democrático: el Imperio de la Ley o principio de legalidad.
Es algo tan
extremadamente importante en cualquier organización política que se considere a
si misma democrática que, si este principio no se cumple, sencillamente no
existe un Estado de Derecho. Nuestra constitución lo consagra en el artículo 9º.3
(La Constitución garantiza el principio de legalidad), después de definir al
Estado español como un Estado social y democrático de Derecho en su artículo
1º.
Este principio
significa sencillamente que la Ley está por encima de todo, todos están sujetos
a ella, tanto los ciudadanos como todos los poderes públicos. Si un gobernante,
en el uso del poder, incumple sistemáticamente determinadas leyes y deja de
aplicar determinadas sentencias, la Democracia, el Estado de Derecho que la
sustenta, sencillamente, desaparecen. Se pasa de inmediato a estar inmerso en
un tipo distinto de organización política, que desde luego podrá calificarse de
cualquier forma, pero nunca como una democracia.
Esto hace decenios
que para la doctrina iusfilosófica y jurídico-política está pacíficamente
aceptado. En este sentido, me limitaré a citar a un autor muy poco “sospechoso”; me
refiero a un temprano Elías Díaz, filósofo socialista, que ya en 1975, en su obra “Estado de Derecho y Sociedad Democrática” (libro publicado por primera vez en
marzo de 1975) dejaba bien sentado qué condiciones deben cumplirse para que
pueda hablarse de “Estado de Derecho”:
a) Imperio
de la ley: ley como expresión de la voluntad popular
b) División
de poderes: legislativo, ejecutivo y judicial
c) Legalidad
de la Administración: actuación según la ley y suficiente control judicial y
d) Derechos
y libertades fundamentales garantizados y efectivamente realizados.
Refiriéndose al
primero, que es el que aquí nos interesa, señala E. Díaz: “El «imperio de la
ley» constituye la nota primaria y fundamental del Estado de Derecho (Rule of law)”. Es decir, que sin que la
ley sea respetada por todos y en primera instancia por los gobernantes,
aplicada debidamente y hecha respetar a todos, no estaremos en ningún caso en presencia de un Estado Democrático
de Derecho. Es así de sencillo.
Hasta en la Rusia
soviética (feroz Estado represor y antidemocrático) hacían bandera del
principio de legalidad, para intentar aparentar un ligero barniz de normalidad democrática. Cita
Elías Díaz al autor soviético N.G. Alexandrov, que en 1959 escribía: “Un rasgo
fundamental de la legalidad socialista consiste, ante todo, en asegurar la supremacía de la ley respecto a todas
las decisiones de los órganos locales del poder, a todas las decisiones de los órganos
de la Administración y de los órganos judiciales y de instrucción”.
Me parece que
algunos dirigentes autonómicos de la España de 2013, y muy especialmente el presidente de la Generalidad de Cataluña, tendrían mucho que aprender
de los juristas soviéticos de mediados del siglo pasado. Que ante esta asombrosa
circunstancia el amable lector saque las conclusiones oportunas.
Imagen: www.absolutrusia.com
Excelente y acertada, por su actualidad, reflexión. El último párrafo es especialmente demoledor. ¡Qué curioso que estos totalitarios queden incluso por debajo de los dirigentes de la extinta URSS en el escalafón democrático! Me temo que el CAC se pondría furioso si llegara esto a sus censores ojos.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Vicente. Nada me gustaría más que la furia del CAC.
ResponderEliminarQué pena que quien tendría que leer este artículo, no lo va a leer. Y que los que lo leamos, seamos tan pocos.
ResponderEliminarCNTLAPDRA
Así son las cosas, querido señor Cantalapiedra.
EliminarLos políticos son un hartazgo. Sin embargo, hay que confiar en el ser humano y pensar en un futuro mejor. Es que si no, nos buscamos una esquina y nos echamos a llorar.
ResponderEliminarSí. Pero no olvidemos que esos políticos no vienen de Marte...
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