En
la parte superior de un envase de cartón de leche pueden observarse una serie
de dibujos dirigidos a facilitar la apertura del mismo al consumidor. A pesar
de tratarse de un tapón de rosca, que aparentemente no encierra mayor misterio,
se indica, con tres dibujitos de colores, lo siguiente “si te cuesta abrir el
tapón (dibujito del tapón de rosca con flechita roja que apunta a la derecha)
gíralo en el otro sentido (dibujito del tapón de rosca con dos flechitas
naranjas que apuntan ahora a la izquierda) y se aflojará para que lo puedas
abrir sin problema”. Después está un tercer dibujo del taponcito de marras, acompañado ahora por una flechita verde apuntando a la derecha y una marca de verificación, también verde, que indica el éxito de la compleja operación de abrir un tapón de rosca. Si ha habido suerte, habremos podido evitar la llamada a los bomberos o un intempestivo viaje a urgencias hospitalarias con nuestro envase de leche, implorando la ayuda que nos permita abrirlo.
Esta
anécdota, que puede parecer intrascendente, resulta en mi opinión desoladora.
Sobre todo si hacemos un poco de memoria sobre los productos que encontramos a
diario en el supermercado, su envasado y etiquetado. Fijémonos, por ejemplo, en
las lonchas de queso de fundir envasadas individualmente y con un ingenioso
sistema para que el usuario pueda obtenerlas enteras sin perder su forma
cuadrada y sin romperse, el papelito rectangular que separa cada loncha de
jamón que se compran, por supuesto, ya cortadas, los envases para tomar fruta
ya pelada, cortada y triturada en raciones individuales, las madalenas o los
sobaos dentro de su bolsita de plástico individual, dentro de otra bolsa más
grande…
Independientemente
de los desastrosos efectos que para el medio ambiente tiene la proliferación
incontrolada de envases que se tiran a la basura cada día en millones de
hogares occidentales, todo ello indica, si lo pensamos un poco, la manera
condescendiente, paternalista, desconfiada y casi insultante que tienen las
empresas de tratar a su potencial cliente. Pero, no debe olvidarse, lo hacen
simplemente porque el mercado lo demanda, porque los ciudadanos convertidos en
consumidores, lo exigimos.
En
esta misma línea, me llama mucho la atención ese moderno fenómeno español de
las llamadas, aproximadamente, “asociaciones de afectados por la hipoteca”,
integradas al parecer por personas que, por avatares de la vida, no pueden
hacer frente a las mensualidades de su préstamo hipotecario, una deuda que se adquirió en su momento
para adquirir una vivienda. El ciudadano que no puede hacer frente a sus deudas
exige al Estado (es decir, a los contribuyentes) que le solucione su problema.
En
muchos asuntos de la vida, el ciudadano occidental, y particularmente me
refiero ahora al español, tiene asumido que debe quejarse amargamente, y si le
es posible, de manera pública, de cualquier contratiempo o dificultad que
padezca, y que debe haber un “alguien” que se haga cargo y le solucione su
problema. Basta una ligera y poco atenta mirada a nuestro entorno para
encontrar decenas de ejemplos. Es decir, nos comportamos como niños pequeños
que ante cualquier dificultad, miedo, daño, incertidumbre, etc. acudimos a
nuestro papá o a nuestra mamá para que se haga cargo del problema y nos ofrezca
la solución.
Este
comportamiento infantil del adulto contemporáneo me parece muy preocupante,
aunque sólo sea por el hecho evidente que una sociedad compuesta por adultos
infantilizados es manipulable y pastueña.
Estas
reflexiones me las ha sugerido la entrevista a Gerald Craabtree que publicaba hace unas semanas el diario El Mundo. El entrevistado, genetista y
profesor de la de la facultad de medicina de la Universidad de Stanford, tiene
una tesis polémica, pero sencilla y muy bien argumentada: “Si pudiéramos traer
a nuestro tiempo a un griego de hace 3.000 años, nos parecería muy inteligente
y muy equilibrado. Tendría probablemente mejor memoria que nosotros y más
control sobre sus emociones, y sería capaz de abordar asunto muy complejos. Y
parece una paradoja porque vivimos en una era que sigue creyendo en el
progreso”. Explica a continuación que la selección natural es cada vez menos
intensa, y que las sociedades urbanas hacen más probable que aparezcan
mutaciones que empeoren, en lugar de mejorar, nuestra inteligencia.
Pues
bien, este “hombre infantilizado” que puebla hoy nuestras ciudades, que cada vez es menos capaz de resolver
por sí mismo las dificultades que la vida va poniendo en su camino, y que ha
renunciado al uso de su cualidad más humana, la razón, está en la raíz de lo
que algunos denominan “crisis de la familia”, y que como vemos –y eso lo
explica muy bien Benigno Blanco[1]-
es en realidad una crisis del individuo, del hombre que ya “no sabe en qué
consiste ser hombre”.
En
el mismo sentido se pronuncia Zygmunt
Bauman en su obra Modernidad Líquida:
“La modernidad líquida es un tiempo sin certezas. Sus sujetos, que lucharon
durante la Ilustración por poder obtener libertades civiles y deshacerse de la
tradición, se encuentran ahora con la obligación de ser libres. (…) Por su
parte, la familia nuclear se ha transformado en una “relación pura” donde cada “socio”
puede abandonar al otro a la primera dificultad. El amor se hace flotante, sin
responsabilidad hacia el otro (…)”.
Está en nuestras manos
enderezar este proceso, al fin y al cabo destructivo, que está afectando al
hombre occidental. Lo primero es darse cuenta del problema que nos afecta a
todos, y eso es precisamente lo que pretende este post. Agradeceré al amable
lector cualquier comentario al respecto.
[1]
Que habla, en su libro Familia: los
debates que no tuvimos, de “la crisis de la noción de persona: hemos
renunciado al concepto de naturaleza humana y esto, lógicamente, tiene
consecuencias en cuestiones antropológicas básicas como el matrimonio y la
familia”.
muy bueno tu artículo. Yo pensaba que ese "infantilismo" que percibo era cosa de hacerme viejo, pero tu texto es muy esclarecedor. Saludos. Pepe.
ResponderEliminarinteresantísimo, lo paso a y recomiendo a mis contactos. Por cierto D Joaquin todavía espero su comentario a un correo que envie hace un par de meses sobre la alarma de los padres y educadores ante la juventud actual. Lo anunciaré por el megáfono a ver si te llega.
ResponderEliminarFekicidades por el artículo, sobre todo por su rigor y planteamiento argumental. El hombre evoluciona, pero lo hace con alternancias, esto no es nada nuevo. El meollo de la cuestión es que cuando retrocede siempre se da una circunstancia específica: el materialismo desaforado al alcance de muchos. No hace falta retrotraerse a la Historia que está cuajada de ejemplos. Decía Chateaubriand en sus Memorias de Ultratumba, que en uno de sus viajes a Estados Unidos a bordo de un bergantín cuando aparecías las aves procelarias revoloteando en la popa se avecinaba una tempestad, hecho que los marineros conocían muy bien. Y no eran esas aves las causantes, pero indicaban rigurosamente la tormenta. Algo así está sucediendo en nuestra sociedad, que se está llenando de procelarias y de palomos cojos. Ojo al dato.
ResponderEliminarUn abrazo
Querido Juan Anónimo: La diferencia entre lo que sucedía en tiempos pretéritos en cuanto a la alarma de los mayores por el comportamiento de sus jóvenes y lo que sucede ahora, que es lo que exponía en mi post, es que antaño había dos bandos, uno que ejercía la autoridad (los mayores) y otro que se resistía a aceptarla, con más o menos éxito. Pero hoy los padres, en general, y con todas las matizaciones que quieras, están en el mismo bando que sus hijos, los sobre protegen, disculpan, justifican sus desmanes, los financian y hasta se divierten y sienten orgullosos de sus rebeldías. El gran drama, en buena parte responsable de la calamitosa situación de desmoralización generalizada que padece el profesorado, es la actitud de los padres, cómplices habituales de la mala educación de sus hijos, cundo n directamente responsables de ella.
ResponderEliminarHe dicho.
Gracias a todos por vuestros certeros comentarios. Alguien me ha dicho en Tw que, de seguir así, con este infantilismo galopante, nuestra sociedad acabará por desaparecer.
ResponderEliminarUn saludo efusivo a todos.
Una amiga me contestó sobre "El adulto infantilizado".
ResponderEliminarPues no sé yo qué deciros. Por partes:
- A mí me encanta que los paquetes tengan instrucciones de uso, y cuanto más claritas mejor.
- En cuanto a lo de afectados por las hipotecas, estoy de acuerdo, aunque creo que ahí entra el punto de Mica del estado que defiende al adulto del abuso del poderoso.
- Por lo que se refiere a compararnos con el griego de hace 3000 años, pues va a ser que sí, pero es que la evolución tiene su coste, y probablemente a veces sea a costa de perder habilidades. Si nos comparamos con el hombre de las cavernas, seguro que nuestra dentadura es menos dura porque no necesitamos comer carne cruda por ejemplo.
En definitiva, que yo voto por el hombre de hoy en día, incluso con su puntito de amariconamiento siempre que se quede dentro de unos límites razonables.
Para terminar, siento haberle dado un toque de broma a mi interpretación, pero......
Feliz fin de semana.