También a la orilla del mar de
Galilea se encuentra Cafarnaún, ciudad en la que vivió Jesús y en la que tuvo
gran actividad, pues aparece en numerosas ocasiones en los Evangelios (cuando Jesucristo fue rechazado por los nazarenos, la hizo Su nueva morada (Mt. 4,13; Lc. 4,31; Jn. 2,12). Ahí eligió sus primeros discípulos: Pedro, Andrés, Santiago, Juan y Mateo (Mt. 4,18, 21; 9,9; Mc. 1,16); Curó ahí al siervo del centurión; a la suegra de Pedro, a un paralítico y a un endemoniado; a la hemorroísa ; fue ahí también en donde trajo nuevamente a la vida a la hija de Jairo y donde pronunció numerosos discursos), hasta el punto de que es
conocida como la “ciudad de Jesús”. Hoy día no son más que unas ruinas, sacadas
a la luz por excavaciones arqueológicas y en general muy bien conservadas y muy
estudiadas. Al parecer, la localidad quedó despoblada ya en siglo VII. Su
nombre (también Kapernaum) significa “villa
de Nahum” o “consolación”.
La visita a Cafarnaún es muy
emotiva por varios motivos. En primer lugar fue en su Sinagoga donde Nuestro
Señor pronunció el discurso sobre la Eucaristía, el Pan de Vida (Jn, 6, 26-59) y explícitamente dice en Evangelista, en
el versículo 59 que “Haec dixit in
synagoga docens in Capharnaum” (estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando
en Cafarnaún). En tal discurso, Jesucristo dice unas palabras que los propios
discípulos consideran duras, hasta el punto de que “muchos” se echaron atrás y
ya no anduvieron más con Él: “Yo soy el
pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente
(…) El que como mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré
en el último día” (Jn, 6, 51 y 54).
Estar allí, donde Jesús pronunció
su discurso eucarístico, y considerando la enorme importancia del sacramento
eucarístico, “centro y raíz de la vida
interior” en palabras de San Josemaría, produce unas emociones
inolvidables.
Las ruinas de la Sinagoga de
Cafarnaún -magníficamente conservadas- que visitamos no corresponden a la misma
en la que enseñó Jesucristo, aunque muchos arqueólogos afirman que está construida
precisamente donde estuvo ésta.
Muy cerca de la misma se
conservan las ruinas de la Casa de Pedro, que fue conocida como “Domus
Ecclesia”, pues al final del siglo I se convirtió en la casa donde se reunían
los cristianos, y sobre ella se construyeron diversas iglesias siglos más
tarde. Era un poco más grande que las demás del pueblo, o así lo indican sus
ruinas, y quizá lo fuera por el motivo expuesto.
En el capitel de una de las
columnas del templo modernista construido sobre la Domus Ecclesia de puede
leerse: «Tu es Petrus et super hanc petram ædificabo
Ecclesiam meam: et portæ inferi non prævalebunt adversus eam». Aquella
solemne frase de Nuestro Señor a Pedro, aquel “nombramiento” que recoge Mt. 16,
18, me llenó de emoción: Pensé en el diálogo que tuvieron, una vez resucitado
Nuestro Señor, a orillas del lago de Genesaret, en el que el Señor, por tres
veces interrogó a Pedro sobre su amor por Él, porque unos días antes le había
traicionado. Aquel amoroso diálogo abre el corazón del cristiano a la esperanza
y a la alegría.
Si aquel Pedro, cobarde y traicionero,
falsario y timorato unas jornadas antes, es ahora, no ya perdonado, sino amado
tan profundamente por el mismo Dios, hasta el punto de que no dudará en poner
sobre sus hombros la entera Iglesia naciente, entonces nosotros hemos de ser
felices, por tener tal redentor.
Si yo me siento tantas veces débil, frágil,
sensual, caprichoso, perezoso y egoísta, mi Padre Dios, que me conoce
perfectamente, me sigue queriendo, y me quiere precisamente tal como soy. Me
perdona, me espera y confía en mi, aunque a veces me cueste seguir su Camino.
Todas estas cosas pensé cuando en la
Casa de Pedro leí aquella inscripción, porque veníamos de la Iglesia del
Primado de Pedro en la que éste, a la tercera vez que Jesús le pregunta si le
ama, contesta triste. “Señor, Tú sabes todo, Tú sabes que te amo”. Cuanto alegra el corazón saberse amado
por un Padre así.
[1] Puede encontrarse muchísima
información sobre esta ciudad en el siguiente enlace. Además, está muy bien
escrita: http://www.kinneret.ibernumis.biz/html/cafarnaum.html
Tu exposición es tentadora....Dan ganas de ir. Muchísimas gracias y un fuerte abrazo. José Luis
ResponderEliminarHola Joaquín Me gusta mucho cómo relatas tus vivencias en el viaje a Tierra Santa. Concretamente en este tercer capítulo, me emociona especialmente lo que sentiste sobre el gran amor de Jesús por Pedro a pesar de sus tres negaciones durante el calvario. Yo hace unos días escribí en mi blog sobre el peso de mis pecados del pasado y cómo siento que a pesar de ellos Jesús me ama con tal calor que me siento en paz. Veo que coincidimos, y es que el amor de Jesús es inmenso. Somos afortunados por vivirlo. Tú además por experimentar pisar donde pisó nuestro Señor. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Señor, auméntame la fe porque eres el mismo que vivió en la tierra y te tenemos en cada Sagrario! Es emocionante haber estado en la misma tierra donde naciste, creciste, predicaste, nos redimiste... Pero que esa emoción la viva también cuando te voy a visitar y cuando te recibo en la Comunión...
ResponderEliminar¡Gracias Joaquín por seguir publicando lo que has vivido! MLuz