En la sociedad actual es muy
corriente que las personas, y muy principalmente los padres, no sepan dar razón
de porqué es preferible el matrimonio a la mera convivencia afectiva. Ni tan
siquiera saben explicar en qué se diferencian ambas situaciones, más allá del
manido “nos queremos y nuestro amor no necesita papeles”.
No cabe duda de que a esta
situación ha contribuido muy decisivamente la reciente legislación divorcista,
que ha desembocado en que sea más fácil romper el matrimonio que cambiar de
compañía eléctrica[1]. Y es que
esa legislación hace que socialmente se tenga en muy poco al matrimonio,
al trivializarse el “sí” o
consentimiento (puesto que se puede romper, con gran facilidad). Ello a su vez,
ha aumentado la creencia de que casarse es un mero conformismo o formalismo
social. Y, tampoco puede olvidarse, ha aumentado la ambigüedad, y ahora puede
llamarse “matrimonio” a muchas uniones distintas que no lo son.
Sin embargo, el matrimonio sigue
siendo una realidad grandiosa, cuya estabilidad es un indiscutible valor social
digno de ser defendido legislativamente. Sigue siendo una institución que, en
contra de lo que suele ser habitualmente predicado desde los medios de
comunicación, es tremendamente viva, actual, moderna y deseable. Porque el
matrimonio es el germen de la familia, agente decisivo de cambio social que, “sólo con existir, genera bienestar social”[2].
Entonces… ¿Qué es lo que
deferencia al matrimonio de la simple “convivencia
afectiva”? Veamos:
- Cuando un chico y una chica, que se quieren el uno al otro, deciden “irse a vivir juntos”, iniciar una vida en común, organizan su futura convivencia de manera que todo pueda acabarse con el mínimo de inconvenientes posibles. Cuando ya no les interese seguir viviendo juntos, la cosa se termina sin más, pues su compromiso ha sido mínimo o inexistente. Es lo que impera –al parecer- hoy en día, por esa especie de “alergia” al compromiso, por un afán de “libertad” mal entendida.
- Pero cuando deciden casarse hacen una elección completamente distinta. Deciden que se quieren –como en el caso anterior- pero de manera muy distinta. Su amor recíproco, incondicional, les lleva a entregarse totalmente, e entregarse todo lo que son, todo lo que tienen, y todo lo que serán y tendrán.
Es decir, que el matrimonio
supone la certeza de quererse y el compromiso de seguir queriéndose siempre,
para siempre, aun en medio de las dificultades de la vida. Porque lo que lo
hace que una unión sea “matrimonial” NO es el formalismo legal, sino el real y natural contenido de la intención
del varón y la mujer.
En ambos casos, el varón y la
mujer que se aman y tienden, quieren estar juntos y unidos. Pero esa unión no es la unión conyugal entre esposo y
esposo, pues esta última requiere un acto de voluntad. Por tanto, el camino
sería:
- 1. Amor.
- 2. Deseo de estar juntos, unidos. (deseo de “vivir juntos”).
- 3. Decisión voluntaria de fundar una unión conyugal. Decisión que requiere reflexión y plena y libre voluntad de llevarlo a cabo.
Ese acto fundacional, esa decisión libre, es un hito nuevo, original e
irrepetible, de convertirse en una sola cosa en lo conyugal (una caro, una sola carne), y requiere un
acto recíproco de voluntad, un compromiso. Y este “es el acto de querer
quererse, los amantes se quieren.
los esposos se comprometen a quererse”[3]. A partir de ese momento se deben uno
al otro, en su masculinidad y en su feminidad, a título de deuda.
Ello supone el ejercicio máximo
de la libertad, el asumir un compromiso. Porque los esposos deciden sobre el
futuro, deciden quererse, se comprometen a quererse en adelante. El marido hace
entrega a la mujer y la mujer al marido de su futuro, de todo lo que podrá ser,
y lo hace en un acto presente.
Vemos pues ahora con claridad la
esencial distinción que existe entre la mera convivencia afectiva y el
verdadero matrimonio. Solamente sobre éste se puede construir una familia
estable y sólo sobre ella puede existir una sociedad cohesionada, porque “la familia fundada en el matrimonio es mucho más funcional, en términos
de salud social, que otros modelos de convivencia, y es sinónimo de calidad de
vida, estabilidad emocional, bienestar social y solidaridad intergeneracional”[4].
Imagen: http://carlossaavedramartinez.blogspot.com.es
[1] Sobre todo desde la entrada
en vigor de la ley del “divorcio Express”, el aumento del número de divorcios
ha sido descomunal, de casi un 75% en un solo año, al pasarse de 72.848
divorcios en 2005 a 126.952 en 2006, una vez en vigor la nueva ley.
[2] Blanco, Benigno y Meseguer,
Juan. “Familia. Los debates que no
tuvimos”. Madrid. Ediciones Encuentro. 2011. p. 41
[3] Viladrich, Pedro Juan. “La Agonía del Matrimonio legal”.
Barañaín, Navarra. EUNSA. 2001. p. 134 y ss.
[4]
Blanco, Benigno y Meseguer,
Juan. Ibídem. p. 25
La convivencia creo que es incompatible con el matrimonio. Muchas veces se decide convivir como paso previo al matrimonio. Sin embargo, si "va todo bien" en ese tipo de relación, ¿por qué cambiar?. Y si se formaliza al matrimonio, en cuanto haya algún problema, -que lo habrá, porque es habitual en las relaciones humanas-, se podrá achacar a la "formalización" ¡cuando estábamos tan bien sin estar casados!. Por tanto en mi opinión y con independencia de la libertad de cada uno, considero la convivencia como un "modelo final" y no una transición al matrimonio. Enhorabuena. José Luis
ResponderEliminarBuen post... El matrimonio no es sencillo... Pero recompensa :)
ResponderEliminarJoaquín: has acertado en el diagnóstico. La sociedad hoy en general se inclina irreflexivamente por la convivencía por amor frente al compromiso por amor... Pero, me pregunto, ¿qué es mejor la convivencia o el compromiso? ¿Qué ofrece más seguridad emocional a los hijos, el estar juntos o el estar casados? ¿Qué es más rentable para una sociedad tener muchas parejas inseguras de su futuro o tener matrimonios estables que garanticen un futuro cierto a los hijos? Finalmente, ¿qué es mejor un amor probado por el compromiso o un amor a prueba en convivencia temporal?
ResponderEliminarMuchas gracias por tu reflexión.
Estoy totalmente de acuerdo. El miedo al compromiso forma parte de los miles de miedos que gobiernan muchas veces nuestras decisiones.
ResponderEliminarYo pienso que vivimos los tiempos en que los miedos campan por sus respetos. Todos comprendemos al miedoso y contemporizamos con él. Y así nos luce el pelo.
Te casas para querer al otro, pase lo que pase y para siempre. Te arrejuntas para probar que tal funciona el otro en la cama y ya si eso veremos. Pablo
ResponderEliminar¡Gracias a todos por vuestros gentiles e incisivos comentarios, que son muy apreciados! Un saludo efusivo a todos.
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