UNA BREVE NOTA SOBRE LA HISTORIA DE LA FAMILIA
La
revolución industrial, cuyo comienzo puede situarse en el último tercio del
siglo XVIII tiene una importancia determinante en el proceso de urbanización.
Necesitada de un ingente cantidad de mano de obra, la incipiente empresa
industrial va a condicionar en adelante el modo de vida de cuantos se acercan a
ella atraídos por la promesa de prosperidad económica y bienestar, quienes, sin
embargo, muy pronto se verán decepcionados al comprobar que en realidad, viven
en un infierno en la tierra, y ello será más adelante el nacimiento de los
movimientos revolucionarios más decisivos (y más destructivos) de la historia
humana[1].
La
mejora en los sistemas de transporte, la posibilidad de acceso a alimentos,
vestidos y enseres, junto con comestible y materias primas eran razones que
incrementaban en proporciones cada vez mayores el flujo migratorio a las
ciudades, y el despoblamiento de amplias zonas rurales.
Y,
para toda esa población, acostumbrada a la proximidad y familiaridad de la vida
rural, la despersonalización de la vida en una gran urbe, la ausencia de
solidaridad, el endurecimiento de los corazones y el empobrecimiento de sus
relaciones humanas conllevarán un profundo cambio en el modo de desarrollar su
vida familiar.
Junto
con ello, la industrialización provocará que la familia deje de ser la unidad
productiva en el mundo económico: el trabajo se lleva a cabo fuera del hogar,
para un patrono que lo compra a cambio de un salario. En la familia, cuyo
tamaño se va reduciendo, sólo se consume, aquellos bienes que a su vez, son
fabricados por la incipiente industria, junto con los alimentos básicos, que
ahora, en lugar de recolectarse o criarse, son adquiridos por un precio en
comercio cercanos. Hay pues una cada vez mayor separación entre el hogar y el
lugar de trabajo.
La
familia patriarcal del antiguo régimen, muy amplia en número de individuos y en
relaciones de parentesco, que llevaba a cabo una importante labor de control
social y bienestar, solidaridad e interés común se va disolviendo,
transformándose en un núcleo familiar mucho más reducido y aislado,
generalmente compuesto de marido, mujer e hijos, que comparten un habitáculo
exiguo e insalubre, cuyos miembros trabajan todos ellos en una fábrica, pues
los salarios son tan bajos que se necesitan todas las manos que sea posible
aportar.
Imagen: http://www.inglaterra.net/revolucion-industrial-de-inglaterra/
[1]
Así describe Engels, padre de la revolución comunista, las espantosas
condiciones de la clase obrera en la Inglaterra industrial de mediados del XIX:
«Entre
la enorme cantidad de calles se encuentran centenares y millares de callejas y
callejuelas, con casas que son demasiado indecentes para aquellos que todavía
pueden gastar algo por una habitación humana; a menudo, junto a las espléndidas
casas de los ricos, se encuentran estos escondrijos de la mayor miseria. Hace
poco tiempo, en ocasión de inspeccionarse un cadáver, una localidad muy cercana
a Portman Square, una plaza pública
decentísima, fue designada como la residencia de una cantidad de
irlandeses desmoralizados por la suciedad y la miseria. Así, en avenidas como
Long-Acre, etc., que si no son de las más elegantes, son todavía de las más
decentes, se encuentran, en gran número, sótanos habitados, de los que salen a
la luz del día figuras enfermizas de niños y mujeres, medio hambrientos y
andrajosos». Friedrich ENGELS, La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), Buenos Aires, Editorial Futuro, 1965, pp. 46-49.
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