miércoles, 13 de junio de 2012

Al servicio del Amor. Breve comentario sobre un texto de San Josemaría Escrivá




Y ahora, hijos e hijas, dejadme que me detenga en otro aspecto —particularmente entrañable— de la vida ordinaria. Me refiero al amor humano, al amor limpio entre un hombre y una mujer, al noviazgo, al matrimonio. He de decir una vez más que ese santo amor humano no es algo permitido, tolerado, junto a las verdaderas actividades del espíritu, como podría insinuarse en los falsos espiritualismos a que antes aludía. Llevo predicando de palabra y por escrito todo lo contrario desde hace cuarenta años (...).

El amor que conduce al matrimonio y a la familia, puede ser también un camino divino, vocacional, maravilloso, cauce para una completa dedicación a Dios. Realizad las cosas con perfección, os he recordado, poned amor en las pequeñas actividades de la jornada, descubrid —insisto— ese algo divino que en los detalles se encierra: toda esta doctrina encuentra especial lugar en el espacio vital, en el que se encuadra el amor humano” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Conversaciones, n.121).


San Josemaría Escrivá de Balaguer advierte pronto –y es un aspecto clave de su predicación- la grandeza de la vocación matrimonial, que él denominaba (así se lo hemos escuchado en una de las numerosas “tertulias” mediante las que solía predicar, sin que ahora pueda precisar más) “Vocación, con mayúscula”. Y, en efecto, la vocación al matrimonio “se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador[1].

Ello es indiscutiblemente así, pues ya en el momento mismo de la creación, Dios inscribe en el hombre la diferenciación sexual, constitutivo por tanto de su ser, y consiguientemente, la vocación, la llamada a la unión matrimonial.

Me gusta considerar al ser humano como imagen de Dios, en su triple aspecto de intimidad, intersubjetividad y libertad. Porque todas ellas nos conducen a la consideración de su dualidad y, en contrapunto necesario, de su esencial unidad, de su integración. Y en este punto señala San Juan que el hombre, en cuanto imagen de Dios, “ha sido creado para amar[2]. Y ese amor supone un don de sí, un amor de entrega, de donación y de aceptación.

Esta característica del amor es especialmente apropiada predicarla del amor conyugal, que necesariamente integra la unión sexual de los esposos. Porque, en efecto, “El hombre está llamado al amor y al don de sí en su unidad corpóreo-espiritual. Feminidad y masculinidad son dones complementarios, en cuya virtud la sexualidad humana es parte integrante de la concreta capacidad de amar que Dios ha inscrito en el hombre y en la mujer. La sexualidad es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano[3].

Siendo por tanto el matrimonio una donación recíproca, en su feminidad y en su masculinidad, de los esposos, y considerando la esencial unidad de la persona humana, es así como se integra la sexualidad como parte esencial de la persona humana. Con esa donación y aceptación recíproca, el marido y la mujer ya no son dos, sino una sola carne[4] (una caro). Por eso, y como creación divina que es, la sexualidad humana es un bien. Por eso afirma San Josemaría, en el hermosísimo texto que nos ha tocado comentar, que el amor humano no es algo “permitido, tolerado”, sino que es un “camino divino, vocacional, maravilloso”.

Entendido el amor conyugal de esta manera, y considerando que cuerpo y espíritu componen esa totalidad unificada que es la persona humana, entendemos mejor aquella dimensión unitiva de la sexualidad que, afirma Sarmiento, “en el marco de una antropología unitaria no resulta difícil percibir”; y sigue diciendo “ [la sexualidad] está orientada a expresar y realizar la vocación del ser humano al amor[5]. El sentido profundo se la sexualidad no se agota allí, debe considerarse siempre su esencial apertura a la vida, la fecundidad a la que debe orientarse.

Imagen: http://alasdealanis.blogspot.com.es


[1] CEC. 1603.
[2] 1 Jn 4, 8.
[3] SEXUALIDAD HUMANA, VERDAD Y SIGNIFICADO. Orientaciones educativas en familia. Pontificio. Ciudad del Vaticano, 8 de diciembre de 1995. En http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/family/documents
[4] Mt. 19, 6; Gn 2, 24.
[5] Sarmiento, Augusto. El Matrimonio Cristiano. Pamplona. EUNSA. Segunda edición. Marzo 2001. P.
42.

2 comentarios:

  1. Texto reflexivo. Es de alto nivel intelectual. Por encima de todo define perfectamente la inmanencia de la sexualidad en el amor, un don que amplifica la capacidad de engrandecer la fuerza del matrimonio.

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  2. En sólo dos líneas resumes perfectamente todo lo que yo quería decir. ¡Eres un genio, Juan!

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