“Y ahora, hijos e hijas, dejadme que me
detenga en otro aspecto —particularmente entrañable— de la vida ordinaria. Me
refiero al amor humano, al amor limpio entre un hombre y una mujer, al
noviazgo, al matrimonio. He de decir una vez más que ese santo amor humano no
es algo permitido, tolerado, junto a las verdaderas actividades del espíritu,
como podría insinuarse en los falsos espiritualismos a que antes aludía. Llevo
predicando de palabra y por escrito todo lo contrario desde hace cuarenta años
(...).
El amor que conduce al matrimonio y a la familia, puede ser
también un camino divino, vocacional, maravilloso, cauce para una completa
dedicación a Dios. Realizad las cosas con perfección, os he recordado, poned
amor en las pequeñas actividades de la jornada, descubrid —insisto— ese algo
divino que en los detalles se encierra: toda esta doctrina encuentra especial
lugar en el espacio vital, en el que se encuadra el amor humano” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Conversaciones,
n.121).
San Josemaría Escrivá
de Balaguer advierte pronto –y es un aspecto clave de su predicación- la
grandeza de la vocación matrimonial, que él denominaba (así se lo hemos
escuchado en una de las numerosas “tertulias” mediante las que solía predicar,
sin que ahora pueda precisar más) “Vocación,
con mayúscula”. Y, en efecto, la vocación al matrimonio “se inscribe en la naturaleza misma del
hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador”[1].
Ello es
indiscutiblemente así, pues ya en el momento mismo de la creación, Dios
inscribe en el hombre la diferenciación sexual, constitutivo por tanto de su
ser, y consiguientemente, la vocación, la llamada a la unión matrimonial.
Me gusta considerar al
ser humano como imagen de Dios, en su triple aspecto de intimidad,
intersubjetividad y libertad. Porque todas ellas nos conducen a la
consideración de su dualidad y, en contrapunto necesario, de su esencial
unidad, de su integración. Y en este punto señala San Juan que el hombre, en
cuanto imagen de Dios, “ha sido creado para amar”[2].
Y ese amor supone un don de sí, un amor de entrega, de donación y de
aceptación.
Esta
característica del amor es especialmente apropiada predicarla del amor
conyugal, que necesariamente integra la unión sexual de los esposos. Porque, en
efecto, “El hombre está llamado al amor
y al don de sí en su unidad corpóreo-espiritual. Feminidad y masculinidad son
dones complementarios, en cuya virtud la sexualidad humana es parte integrante
de la concreta capacidad de amar que Dios ha inscrito en el hombre y en la
mujer. La sexualidad es un elemento básico de la personalidad; un modo propio
de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y
vivir el amor humano”[3].
Siendo por
tanto el matrimonio una donación recíproca, en su feminidad y en su
masculinidad, de los esposos, y considerando la esencial unidad de la persona
humana, es así como se integra la sexualidad como parte esencial de la persona
humana. Con esa donación y aceptación recíproca, el marido y la mujer ya no son
dos, sino una sola carne[4]
(una caro). Por eso, y como creación
divina que es, la sexualidad humana es un bien. Por eso afirma San Josemaría,
en el hermosísimo texto que nos ha tocado comentar, que el amor humano no es
algo “permitido, tolerado”, sino que
es un “camino divino, vocacional,
maravilloso”.
Entendido
el amor conyugal de esta manera, y considerando que cuerpo y espíritu componen
esa totalidad unificada que es la persona humana, entendemos mejor aquella
dimensión unitiva de la sexualidad que, afirma Sarmiento, “en el marco de una antropología unitaria no resulta difícil percibir”;
y sigue diciendo “ [la sexualidad] está
orientada a expresar y realizar la vocación del ser humano al amor”[5].
El sentido profundo se la sexualidad no se agota allí, debe considerarse
siempre su esencial apertura a la vida, la fecundidad a la que debe orientarse.
Imagen: http://alasdealanis.blogspot.com.es
[1] CEC. 1603.
[2] 1 Jn 4, 8.
[3] SEXUALIDAD HUMANA, VERDAD Y
SIGNIFICADO. Orientaciones educativas en familia. Pontificio. Ciudad del Vaticano,
8 de diciembre de 1995. En http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/family/documents
[4] Mt. 19, 6; Gn 2, 24.
42.
Texto reflexivo. Es de alto nivel intelectual. Por encima de todo define perfectamente la inmanencia de la sexualidad en el amor, un don que amplifica la capacidad de engrandecer la fuerza del matrimonio.
ResponderEliminarEn sólo dos líneas resumes perfectamente todo lo que yo quería decir. ¡Eres un genio, Juan!
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