Se acerca la Semana Santa, y por ello voy a colgar en este post un artículo que publiqué en el Boletín anual de mi Cofradía. En él intento explicar porqué me gusta tanto tocar el tambor en mi pequeña y familiar Cofradía, y lo hago mediante un relato. Obviamente, hay un componente de cohesión familiar que no hay que desdeñar: a los ensayos me acompañan dos de mis hijas, y hasta el año pasado, eran tres las que también pertenecían a la Sección de Instrumentos. Espero que sea del agrado de todos los amables lectores de este Blog.
El viajero acaba de
llegar a la pequeña ciudad, una tarde fría y desapacible. Un viento helado
recorre la confluencia abierta de dos calles, sin apenas arbolado ni otro
resguardo que proporcione un mínimo cobijo al viandante despistado. Son las
20.30. A esta altura del invierno, hace ya rato que es noche cerrada. La escasa
iluminación acaba de configurar un panorama muy poco halagüeño, que invita más
a recogerse en casa, al calor de la lumbre, la moderna “lumbre” que hoy
proporciona la televisión, el ordenador o la videoconsola. El viajero se deja
invadir por una lánguida y breve nostalgia.
Cuando más absorto
está le sorprende un lejano y todavía apagado estruendo. El ruido se va
haciendo más transparente a cada segundo, y distinguimos, primero, golpes
desacompasados, como producidos por el golpear el un palo sobre una membrana
tensada. Sonidos graves y algo rotos, desagradables.
Al poco se empiezan a sentir también bufidos destemplados, que esos sí, nos resultan familiares: se
trata sin duda de instrumentos de viento, y el atento viandante cree ahora
distinguir el sonido de trompetas o cornetas.
Pasados unos segundos, y al tiempo que se intensifica la algarabía ve acercase, subiendo la
ligera pendiente de la calle algo angosta que está frente a él, cercada por la
valla de un templo a un lado y un inhóspito páramo en el otro, una abigarrada
multitud, ruidosa y alegre, de la que sobresalen gritos, risas y voces de gente
menuda, de una juventud insultante, y de gente adulta, recia y contenta.
Algo más tarde, observa
interesado que el grupo lo compone gente de todas las edades, chicos y chicas,
hombres y mujeres, en cuyos rostros resplandece una sonrisa plácida. Despacio,
se sitúa cada uno en un lugar que conoce bien, por ser sin duda éste un gesto repetido
a menudo. Enseguida se da cuenta, asombrado, de que se han situado en ordenada
formación y de que llevan colgados tambores algunos y grandes bombos otros, de
ahí el estruendoso rumor.
El grupo tiene un
jefe, al que todos, grandes y chicos obedecen y respetan, sin duda porque
aprenden de él.
En ese momento
aparece un sacerdote, espigado, elegante y de rostro amable y acogedor. Se
dirige a ellos con la confianza del que los conoce bien. Tras recordar que ha
empezado la cuaresma (el viajero no fue consciente de ello hasta ese momento),
lee de un librito una estación del Via Crucis. Todos escuchan en silencio, y al
acabar, rezan un Paternóster, un Avemaría y el Gloria. El viajero pasa del
asombro a sentir una ligera conmoción. Decide quedarse, a pesar del frío, unos
instantes más. ¡Qué bien se está aquí!
Pero enseguida el
Jefe entrechoca dos delgados palos y comienza un estruendo tremendo, pero
armonioso, vibrante, emocionante… Se detienen, el Jefe, con energía, reprocha
al grupo que van demasiado deprisa, que tal caja ha dado un golpe a destiempo,
que tales bombos van descompasados… Y comienzan una y otra y otra vez hasta que
la canción sale perfecta.
Ninguno se ha
movido de su sitio, escuchando atentos, y se ve en sus caras y en su actitud
que ponen lo mejor de si mismos.
El viajero ve
también, y comprende, la luz que se desprende de sus rostros, rostros
infantiles, de niñas y niños disciplinados y responsables, de jóvenes que saben
sacrificar su tiempo y ponen los cinco sentidos en esa empresa común, de
adultos que son uno más, que aprenden con toda humildad y que se hacen niños. O
quizá, piensa, es que los niños se hacen adultos. Y percibe una armonía que
trasciende de lo meramente musical, que surge, pero que va más allá de ese
ruido potente y acompasado que le empieza a emocionar.
Esa armonía ya ha
calado en él, y se acrecienta cuando, desde más abajo se acercan las cornetas
y, junto con los tambores, empiezan a marchar en perfecta formación, al
unísono, con seriedad en sus semblantes y concentración absoluta. ¡A esa tardía
hora de esa noche helada de invierno!
En viajero da
gracias a Dios por esta juventud, niños y niñas, jóvenes y adultos, hombres y
mujeres de toda condición, sin importar su edad que, en enternecedora unidad
dedican su tiempo libre a ser eslabón de una cadena hermosísima, hecha del
recio sonido del tambor, el bombo y la corneta, que ambiciona unir el Cielo y
la Tierra con una copiosa corriente de amor.
pitinnnnnnnnnnnnn que bonito relato
ResponderEliminarque bueno encontrarse como el viajero en aquel callejón helado con ese calorcito que se desprende de la ilusión del trabajo bien hecho y compartido con los que quieres..
me encataría escucharos alguna vez
Gracias, anónimo... ¿Quién eres, la criatura chica, la grande, Tore...?
EliminarNo viene al caso con este bonito relato, pero sí con este foro: hace unos días entrevistaban en Rusia Today (TV. sat. Astra) a Bono. Le preguntó la entrevistadora cuáles habían sido los mayores logros de Zapatero. Dijo el manchego que en primer lugar que para que vuelva a haber guerra es necesario el acuerdo del Congreso. En segundo lugar... que antes de ZP el matrimonio era sólo un sacramento, pero desde ZP el matrimonio es una comunidad de amor, sólo de amor.
ResponderEliminar¡¡ Qué bonito!!
Blas
Hola, Blas. Este señor, en mi opinión, es un gran hipócrita. ¡Qué manera más zafia de mezclar churras con merinas!
ResponderEliminarEmocionante relato. Paradójicamente, ¡cuánto calor humano desprende!
ResponderEliminarBuen relato.
ResponderEliminarNo me atrevo a elogiarlo con palabras para no hacer el ridi después de leer a la criatura chica. Sin duda se trata de ella, me juego lo que sea...
Supongo, Blas, que ese ¡¡Qué bonito!! es un sarcasmo.
Por supuesto que es un sarcasmo, Jacobo. Blas es amigo mío y sabio, por demás, como mi amigo Vicente que también tiene la bondad de dejar algún comentario de vez en cuando. ¡Gracias a todos!
ResponderEliminarMe ha puesto la piel de gallina este relato. A mi me gusta mucho tocar y lo hago muy agusto, ojalá esto dure muchos muchos años.
ResponderEliminarUna corneta.
¡Gracias por tu comentario, me alegro de que te haya gustado!
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