Segunda parte:
3.
El ocio familiar significativo
La
sociedad actual, con la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral y
la asunción por parte del Estado moderno del papel de dispensador de todo un
elenco de Servicios Públicos que conforman el llamado “Estado del bienestar”,
acota un modo de vida que afecta tanto a los individuos aislados como a cada
uno de los grupos en que estos se organizan, incluyendo a las familias, modo de
vida que está presidido por la división del tiempo en dos grandes
compartimentos: el tiempo de trabajo (o de escuela), tiempo del deber o de la
obligación, y el tiempo de Ocio. No cabe duda de que la convivencia familiar,
salvo excepciones, tiene lugar mayoritariamente en este último, por lo que el
tiempo de ocio familiar es de importancia capital en la educación familiar.
Por ello, afirma Bofarull (de quien
hemos tomado el concepto de “ocio familiar significativo”) que “el lugar privilegiado para la educación
familiar es de las actividades de ocio. Allí la educación, la formación, la
personalización y la potenciación de las cualidades de los hijos no suponen una
actitud gravosa, rutinaria y poco atractiva, sino que se pueden convertir en
una suma de encuentros y actividades cargada de felicidad y creatividad.”[1]
Y ese lugar privilegiado es el momento de ocio familiar, pero «significativo», es
decir, el que tiene como objetivo “desarrollarse
en la vida personal y social de la propia familia (a través de cada uno de sus
miembros) en actividades cooperativas, formativas y sociales”[2].
Este ocio familiar, así vivido, “constituye
un capítulo muy importante de la educación en valores y virtudes”.[3]
Las
familias que se esfuerzan por hacer de sus ratos de ocio compartidos un espacio
educativo son aquellas que disfrutan de lo que Bofarull llama “conciencia de misión familiar”[4],
y suelen utilizar el asociacionismo con objeto de alcanzar esta significación
formadora de sus ratos de ocio. Las familias pueden asociarse de multitud de
maneras distintas, a través de Asociaciones Culturales, Clubes juveniles, APA’s,
y, también, asociaciones religiosas de laicos, entre las que se encuentran las
Cofradías Penitenciales.
Los
beneficios del ocio familiar así entendido son numerosísimos, y existen
numerosos estudios de universidades anglosajonas sobre este particular.
Podemos, someramente, citar, con Bofarull, algunos de ellos: beneficios
personales psicológicos y psicofisiológicos (mejor salud mental y mantenimiento
de la misma, desarrollo y crecimiento personal, satisfacción y apreciación
personal), beneficios sociales y culturales (vinculación social, cohesión y
cooperación, incremento de la vida cívica y democrática, identidad cultural,
prevención de problemas sociales para jóvenes en riesgo, beneficios para el
desarrollo de los niños),
beneficios para la propia familia (incremento de la unidad -cohesiva y
adaptativa- y vinculación intrafamiliar, fuente de felicidad familiar),
beneficios económicos (reducción de costos de salud, incremento de la
productividad y menor absentismo laboral, crecimiento económico local y
regional).
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