En el XXIII Encuentro Nacional de Cofradías Penitenciales que tuvo lugar en Barbastro en septiembre de 2010 tuve ocasión de leer una comunicación que, con el título "Las cofradías y la familia" reproduzco a continuación, aunque sólo un tercio de la misma. Por su longitud, la publicaré en tres partes.
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“La
Familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra
institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas
de la sociedad y de la cultura. Muchas familias viven esta situación permaneciendo
fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar.
Otras se sienten inciertas y desanimadas de cara a su cometido, e incluso en
estado de duda o de ignorancia respecto al significado último y a la verdad de
la vida conyugal y familiar. Otras, en fin, a causa de diferentes situaciones
de injusticia se ven impedidas para realizar sus derechos fundamentales”[1].
De
este modo comenzaba S.S. Juan Pablo II la Exhortación “Familiaris Consortio”, que tan trascendental influencia ha tenido
en el devenir reciente de las familias cristianas. Se hacía eco de un proceso
que, comenzado hacía décadas, no sólo está hoy en día de plena actualidad, sino
que incluso reviste en estos últimos tiempos una particular virulencia: el
ataque a la institución familiar.
En
esta comunicación me propongo hacer patente el papel que nuestras cofradías
penitenciales pueden cumplir en la defensa e integración de la realidad familiar,
para que las familias cofrades estén situadas en ese primer grupo de familias
que son las que “viven esta situación permaneciendo fieles a los
valores que constituyen el fundamento de la institución familiar”[2].
1. ¿Crisis de
la familia o crisis de la persona?
Señala
Bofarull que “en las últimas décadas del
siglo XX la familia española se ha hecho cada vez más frágil. La fortaleza de
la unidad matrimonial es menor, el ascendiente de los padres sobre los hijos
decrece, la reciprocidad con los abuelos y los parientes mayores ha disminuido.
Los padres y, siguiendo el ejemplo, los hijos mayores tienen objetivos menos
cooperativos: crece un individualismo que al final se hace presente entre todos
los miembros de la familia”[3].
Enmarcada
en la posmodernidad, esta especie de “crisis de la familia” requeriría de una
serie de matizaciones que permitieran su cabal comprensión, toda vez que excede
del ámbito y de las posibilidades de este trabajo, y tampoco es su objeto, un
adecuado estudio, si quiera sea somero, de las raíces de esta llamada “crisis”
de la institución familiar, de su existencia, de su importancia, de sus
dimensiones y de la fundamental perspectiva de futuro: “¿hacia dónde va la
familia?”.
Pues bien,
por lo pronto, sí que es posible afirmar que esa denominada “crisis de la
familia” no lo es tal, sino que se trata más bien de una “crisis de la persona”, de una crisis de valores, que es hija de la
progresiva extensión, generalización diríamos mejor, del relativismo ético, del
subjetivismo, que conduce a la afirmación de que no se pueden encontrar
criterios estables de verdad moral.
El
subjetivismo, propio de la modernidad, “es
una manifestación de la decadencia del proyecto ilustrado de fundamentación de
la moral. (…) y “deriva de conceptos distorsionados acerca de la libertad y
la autonomía del ser individual”. (…). Pero en este proceso la
universalización termina contraponiéndose al individuo aislado, que no tiene
más punto de partida que lo que le dicten sus preferencias arbitrarias. Así, la
reivindicación del individuo como soberano sobre los valores, termina
oponiéndose a la búsqueda de soluciones válidas y aceptables para todos. La
constatación fáctica de la desorientación moral se encuentra en la
multiplicidad de teorías morales contrapuestas que se dan en el seno de la
modernidad. Por su parte, las normas universales, o bien se limitan a un ámbito
de mínimos muy básicos, o bien tienden a ser impuestas a través de la
manipulación o por la fuerza”[4].
La persona
humana, al carecer de toda referencia valorativa orientadora, queda así
“flotando” en una especie de éter, en una oscuridad adimensional en la que
ahora sólo se podrá orientar guiada por su interés material inmediato, por su
egoísmo y sus necesidades más mezquinas, por una búsqueda de placer material
rápido. Se produce, también, un intento de obviar (intento inútil, que conduce
siempre al fracaso) todo lo que puede dificultar o disminuir ese absolutismo de
“mi” bienestar, y por eso se prohíbe o está muy mal visto, hablar de asuntos
tales como el dolor, la muerte, el deber, el esfuerzo. El lenguaje cotidiano se
llena de eufemismos, los grandes valores, los grandes conceptos, la historia de
la humanidad, se trivializan, se infantilizan… El hombre moderno se ensimisma,
pierde importancia, y por tanto se convierte en algo manipulable, en un mero
consumidor, a quien se puede dirigir en todas las facetas de su comportamiento
personal y social.
En este
contexto, el nivel cultural de cualquier sociedad desciende de modo alarmante,
la educación deja de ser digna de seguir llamándose así, el hombre se diluye en
la masa y su capacidad de raciocinio se va viendo progresivamente más y más
limitada. Por tanto, esa crisis de la familia queda diluida en la crisis de la
persona.
Por eso,
sigue diciendo Bofarull “la familia que
predomina hoy mengua en su papel educativo, de socialización, de control
social, de ayuda afectiva y material ante las dificultades de sus miembros
(apoyo, enfermedad, paro, vejez..)”[5].
Pero también hay hoy en día aspectos positivos, que ya destacaba S.S. Juan
Pablo II: “En efecto, por una parte
existe una conciencia más viva de la libertad personal y una mayor atención a
la calidad de las relaciones interpersonales en el matrimonio, a la promoción
de la dignidad de la mujer, a la procreación responsable, a la educación de los
hijos; se tiene además conciencia de la necesidad de desarrollar relaciones
entre las familias, en orden a una ayuda recíproca espiritual y material, al
conocimiento de la misión eclesial propia de la familia, a su responsabilidad
en la construcción de una sociedad más justa”[6],
que también apreciaba una serie de dificultades, algunas muy relevantes, entre
las que destacaremos, por lo que aquí nos interesa, “las dificultades concretas que con frecuencia experimenta la familia en
la transmisión de los valores”[7].
2.
La familia como ámbito educativo
“La familia
es escuela del más rico humanismo”[8], “aquí se
aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón
generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la
oración y la ofrenda de su vida”[9].
Este aspecto de la institución familiar, el educativo, hasta tal punto es
importante que se ha llegado a definir a la familia como “comunidad para la formación de las personas”[10].
La tarea
educativa que se lleva a cabo en el seno de cada familia, y especialmente en el
seno de cada familia cristiana se basa fundamentalmente en el ejemplo y en la
repetición de actos virtuosos, es decir, a través del desarrollo co-activo de
los hábitos. Así, “cada persona aporta su
personal ingrediente a la conformación del ámbito familiar, y, a su vez, adopta
la tonalidad conjunta de las costumbres, usos y hábitos familiares. (…) la
educación familiar no es más que la formación conjunta y co-operativa de hábitos
éticamente buenos”[11].
Porque en el ámbito familiar no educan tanto las palabras como las acciones
compartidas, es decir, “mediante la
ostensión del obrar, se educa la sociabilidad”[12].
Cuando la
familia, que constituye una “comunidad de
amor y de solidaridad”[13],
es consciente de su potencial educativo a través del emprendimiento y
realización de actividades comunes, puede llevar a cabo una decisiva tarea
integradora y socializadora de sus miembros, es decir, una decisiva tarea
Educativa, con mayúsculas.
[1] EXHORTACIÓN
APOSTÓLICA FAMILIARIS CONSORTIO,
1 (FC)
[2] Ibídem
[3] BOFARULL, IGNASI DE., “Ocio
y tiempo libre: un reto para la familia”. Barañáin (Navarra), EUNSA, 2005. P. 23
[4] GARCÍA DE MADARIAGA CEZAR,
M. “La crítica al concepto liberal de
justicia en la filosofía de Alasdair MacIntyre”. Memoria para optar al
grado de Doctor. Universidad Complutense de Madrid. Madrid 2002. P. 106
[5] BOFARULL, IGNASI DE., Op. Cit. P. 24
[6] EXHORTACIÓN
APOSTÓLICA FAMILIARIS CONSORTIO,
6. En esto, como veremos, las asociaciones de laicos, las Cofradías,
tienen un papel determinante que cumplir.
[7] Ibídem.
[8] CONSTITUCIÓN PASTORAL GAUDIUM ET SPES (GS). 52.1
[9] CATECISMO DE LA IGLESIA
CATÓLICA. 1657
[10] Así lo hace Francisco
Altarejos en el libro cuyo título coincide con el que hemos elegido para el
presente epígrafe: BERNAL, AURORA (ED.). “La
familia como ámbito educativo”. I.C.F. Universidad de Navarra- Ediciones
Rialp. 2005. P. 40.
[11] BERNAL, AURORA (ED.). Op. Cit. P. 43
[12] BERNAL, AURORA (ED.). Op. Cit. P. 44
[13] D’AGOSTINO, FRANCESCO. Filosofía de la Familia. ICF Ediciones
Rialp SA. Pamplona, 2006. P. 25
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