Dice Francisco J. Contreras que "ser
conservador -defender la vida del no nacido, la familia tradicional y la
religión, cuestionar la permisividad sexual, etc.- es hoy día la expresión
máxima de la transgresión y la heterodoxia"[1].
Me he sentido identificado, ya que aunque no me consideraba un
transgresor del orden establecido, sí creía pertenecer al grupo de quienes están en las antípodas de lo
que él llama “la doctrina oficial del establishment
biempensante y políticamente correcto”.
Pero pertenecer a “la
resistencia”, avanzar contracorriente, es una situación que tiene mucho de
atrayente, y puede ser sugestiva y hasta romántica. Convertirse a ojos de la mayoría en
casi un proscrito puede, si se defiende una causa que en nuestro fuero interno consideramos noble y digna, llenarnos de legítimo orgullo, y de esta
manera, contribuye a afianzar nuestras convicciones.
En este sentido es muy posible que algunas de las conductas que cito a continuación, a modo de ejemplo, sean consideradas intensamente provocadoras, casi alucinógenas, por la mayoría social pastueña y biempensante:
- Bendecir
la mesa, y adoptar para ello una actitud externa sosegada, concentrada y
piadosa, rogando silencio y compostura a los presentes, antes de empezar a
comer en un restaurante.
- No
ver determinados programas de televisión, determinadas películas o series, que
hacen de lo que nosotros consideramos comportamientos execrables algo casi
deseable o por lo menos “normalizado”. Cambiar de canal cuando en la televisión
aparece alguna escena que nos puede avergonzar, y decir porqué lo hacemos.
- Dar la siguiente excusa a unos amigos que nos invitan a merendar un domingo:
“lo siento, tenemos que oír misa porque esta mañana no hemos podido hacerlo”.
- Considerar que el Matrimonio es
algo que merece la pena, y todo el esfuerzo que se haga por mantenerlo vivo,
estable y completo, es un esfuerzo que se te devuelve con creces en forma de
felicidad.
- Estar orgulloso y feliz de tener una familia numerosa, a pesar de que la
cuenta corriente puede verse invadida por telarañas antes de mediados de mes.
- Luchar por ser feliz en medio de prisas, gritos, llantos infantiles, nervios, olvidos,
errores, deberes, juegos constantes, peleas, empujones, risas, hambres,
cansancios, sueño intempestivo, pañales, biberones y chupetes, juguetes,
juegos, guitarras, canciones, flautas, dibujo animados, enfermedades, libros de cuentos y
todo lo que conlleva una casa llena de niños, que impide o dificulta a papá o a
mamá encontrar un minuto de “descanso” para acicalarse, leer, o simplemente
pensar.
- Hablar
sin blasfemar, sin jurar e incluso evitando en la medida de lo posible las
palabras malsonantes. E intentar corregir la blasfemia o juramento que alguien
cercano a nosotros pronuncia, con amabilidad pero con firmeza.
- No
considerar equiparables e igualmente válidas cualquier tipo de conducta sexual, y hablar e
instruir a nuestros hijos sobre ello.
- Acudir
toda la familia junta, como una piña, con carritos incluidos, a manifestaciones
públicas o concentraciones pro-vida. Implicarse en grupos o Asociaciones que
defiendan los valores en loe creemos, aunque nos cueste tiempo y dinero.
- No
veranear en determinados lugares de la costa en las que en las playas u otros
lugares pueden contemplarse conductas licenciosas o ligerezas en el hablar, en comportamientos
o en el vestir.
- Ofrecer a nuestros hijos, cuando se acerca la adolescencia o ya están metidos
de pleno en ella, nuestro ejemplo, nuestro cariño y nuestro apoyo incondicional
que les haga ver que existen alternativas al “botellón”, a las pastillas o a
una indolente perdida de tiempo vestida de “esto no te lo puedes perder…”.
Los que nos comportamos así o de forma parecida, con
naturalidad y habitualmente, estaremos luchando, sin ser conscientes de ello,
contra lo que Benedicto XVI llama la “dictadura
del relativismo”. A estos efectos me gustaría traer a colación las palabras
del Santo Padre en la homilía que pronunció en Bellahouston Park – Glasgow, el
16 de septiembre de 2010. Allí afirmó con rotundidad que “la evangelización de la cultura es de especial importancia en nuestro
tiempo, cuando la «dictadura
del relativismo»
amenaza con oscurecer la verdad inmutable sobre la naturaleza del hombre, sobre
su destino y su bien último”.
[1]
Contreras, Francisco
J. Cristianismo, razón pública y “guerra cultural”. En Persona y Derecho, núm. 62, 2010.
Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Navarra
Extraordinario comentario, expuesto con mucha lucidez y sin complejos. Gracias.
ResponderEliminarEstamos en una sociedad que ha apostado por romper todo lo establecido durante siglos, y en pocos años ha conseguido llenar la sociedad de crisis, crisis social, económica, de valores, de justicia, se justifica el mal o se le llama de otra manera.
ResponderEliminarEl relativismo rompe la ley natural y pone al hombre como ser supremo... Grave error.
Gracias por el post. ¡Qué pena tener que defender lo obvio y lo natural! Coincido plenamente en que, a veces incluso sin saberlo, estamos inmersos en una batalla cultural de largo alcance. No son pequeñas cuestiones, ni aspectos inconexos: la raíz está en el intento de cambiar la concepción sobre el hombre. Se intento a través de la lucha de clases y, como fracasó, ahora se pretende a través de transformar la identidad de las personas y atacar la familia y la maternidad. Blogs como éste ayudan a despertar las conciencias. Gracias.
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios. De alguna manera estas "transgresiones" son agradables y hasta gozosas. ¡Hay que predicar con el ejemplo!
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