En la Instrucción Redemptionis Sacramentum, "Sobre algunas cosas que se deben
observar o evitar a cerca de la Santísima Eucaristía”, de 25 de marzo de 2004
podemos leer:
«No
hay duda de que la reforma litúrgica del Concilio ha tenido grandes ventajas
para una participación más consciente, activa y fructuosa de los fieles en el
santo Sacrificio del altar». Sin embargo «no faltan sombras». Así, no se puede callar ante los abusos, incluso
gravísimos, contra la naturaleza de la Liturgia y de los sacramentos, también
contra la tradición y autoridad de la Iglesia, que en nuestros tiempos, no
raramente, dañan las celebraciones litúrgicas en diversos ámbitos eclesiales.
En algunos lugares, los abusos litúrgicos se han convertido en una costumbre,
lo cual no se puede admitir y debe terminarse. Y más
adelante: Además, se advierte con gran
tristeza la existencia de «iniciativas ecuménicas que, aún siendo generosas en
su intención, transigen con prácticas
eucarísticas contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe».
Sin embargo, «la Eucaristía es un don demasiado grande para admitir
ambigüedades y reducciones». Por lo que conviene corregir algunas cosas y
definirlas con precisión, para que también en esto «la Eucaristía siga resplandeciendo con todo el esplendor de su misterio».
Porque, continúa, el Misterio de la Eucaristía es
demasiado grande «para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio
personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal».
Quien actúa contra esto, cediendo a sus propias inspiraciones, aunque sea
sacerdote, atenta contra la unidad substancial del Rito romano, que se debe
cuidar con decisión, y realiza acciones que de ningún modo corresponden con el hambre
y la sed del Dios vivo, que el pueblo de nuestros tiempos experimenta, ni a un
auténtico celo pastoral, ni sirve a la adecuada renovación litúrgica, sino que
más bien defrauda el patrimonio y la herencia de los fieles. Los actos
arbitrarios no benefician la verdadera renovación, sino que lesionan el
verdadero derecho de los fieles a la acción litúrgica, que es expresión de la
vida de la Iglesia, según su tradición y disciplina. Además, introducen en la
misma celebración de la Eucaristía elementos de discordia y la deforman, cuando
ella tiende, por su propia naturaleza y de forma eminente, a significar y
realizar admirablemente la comunión con la vida divina y la unidad del pueblo de
Dios.
Por último, me gustaría destacar aquí lo
que dispone el inciso 59 de esta disposición, precisamente por que es
incumplido reiteradamente, de lo cual todos tenemos en mente innumerables
ejemplos: [59.] Cese la práctica
reprobable de que sacerdotes, o diáconos, o bien fieles laicos, cambian y
varían a su propio arbitrio, aquí o allí, los textos de la sagrada Liturgia que
ellos pronuncian. Cuando hacen esto, convierten en inestable la celebración de
la sagrada Liturgia y no raramente adulteran el sentido auténtico de la Liturgia.
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