En el fantástico libro YOUCAT, catecismo adaptado para los jóvenes de hoy, aparece la siguiente frase de Benedicto XVI, fechada el 09.09.2007
"Siempre que en las consideraciones
litúrgicas se piensa acerca de cómo se puede hacer la Liturgia atractiva, interesante, hermosa,
ya está anulada la Liturgia.
O es Opus Dei (obra de Dios), con Dios como único sujeto, o no existe".
Esta frase me ha hecho meditar en el tema de la Liturgia, cuya finalidad no debe ser más que la de acercarnos al "Misterio". En este sentido, afirma Su Santidad que “en verdad, la liturgia es un proceso por el
que uno se deja introducir en la gran fe y la gran oración de la Iglesia. Por
ese motivo, los primeros cristianos rezaban hacia Oriente, hacia el sol
naciente, símbolo de Cristo que vuelve. Con ello querían señalar que el mundo
entero está de camino hacia Cristo y que Él abarca este mundo en su totalidad. Esta relación con el cielo y la tierra es muy
importante. No es casual que las antiguas iglesias estuviesen construidas de
tal modo que el sol proyectase su luz en el templo en un momento muy
determinado. Justamente hoy, cuando tomamos nuevamente conciencia de la
importancia de las interacciones entre la Tierra y el universo, debería
reconocerse también el carácter cósmico de la liturgia. Y asimismo su carácter histórico.
Y reconocer también que la liturgia no fue inventada de ese modo en algún
momento por alguien cualquiera, sino que ha crecido orgánicamente desde
Abrahán. Los elementos provenientes de las épocas más tempranas están
contenidos en la liturgia”[1].
Por ello, es sintomática la observación que Benedicto XVI, entonces todavía Cardenal Joseph Ratzinger, hace con relación a la reforma litúrgica del Vaticano II, que debería hacernos meditar aún más sobre este tema. La cita, de su libro autobiográfico "Mi Vida. Recuerdos. 1927-1977" es un poco larga pero merece la pena. Las negritas y subrayados son míos:
"El segundo gran evento al comienzo de
mis años de Ratisbona fue la publicación del misal de Pablo VI, con la prohibición casi completa del misal
precedente, tras una fase de transición de cerca de seis meses, El hecho de
que, después de un período de experimentación que a menudo había desfigurado
profundamente la liturgia, se volviese a tener un texto vinculante, era algo
que había que saludar como seguramente positivo. Pero yo estaba perplejo ante la prohibición del Misal antiguo, porque algo
semejante no había ocurrido jamás en la historia de la liturgia. Se
suscitaba por cierto la impresión de que esto era completamente normal.
El misal precedente había sido realizado por
Pío V en el año 1570 a la conclusión del concilio de Trento; era, por tanto,
normal que, después de cuatrocientos años y un nuevo Concilio, un nuevo Papa
publicase un nuevo misal. Pero la verdad histórica era otra. Pío V se había
limitado a hacer reelaborar el misal romano entonces en uso, como en el curso
vivo de la historia había siempre ocurrido a lo largo de todos los siglos. Del
mismo modo, muchos de sus sucesores reelaboraron de nuevo este misal, sin contraponer jamás un misal al otro.
Se ha tratado siempre de un proceso continuado de crecimiento y de purificación
en el cual, sin embargo, nunca se
destruía la continuidad. Un misal de Pío V, creado por él, no existe realmente.
Existe sólo la reelaboración por él ordenada como fase de un largo proceso de
crecimiento histórico. La novedad, tras el concilio de Trento, fue de otra
naturaleza: la irrupción de la reforma protestante había tenido lugar sobre
todo en la modalidad de «reformas» litúrgicas. No existía simplemente una
Iglesia católica junto a otra protestante; la división de la Iglesia tuvo lugar
casi imperceptiblemente y encontró su manifestación más visible e
históricamente más incisiva en el cambio de la liturgia que, a su vez, sufrió
una gran diversificación en el plano local, tanto que los límites entre lo que
todavía era católico y lo que ya no lo era se hacían con frecuencia difíciles
de definir. En esta situación de confusión, que había sido posible por la falta
de una normativa litúrgica unitaria y del pluralismo litúrgico heredado de la
Edad Media, el Papa decidió que el «Missale Romanum», el texto
litúrgico de la ciudad de Roma, católico sin ninguna duda, debía ser
introducido allí donde no se pudiese recurrir a liturgias que tuviesen por lo
menos doscientos años de antigüedad.
Donde se podía demostrar esto último, se
podía mantener la liturgia precedente, dado que su carácter católico podía ser
considerado seguro. No se puede, por tanto, hablar de hecho de una prohibición
de los anteriores y hasta entonces legítimamente válidos misales. Ahora, por el contrario, la promulgación de
la prohibición del Misal que se había desarrollado a lo largo de los siglos
desde el tiempo de los sacramentales de la Iglesia antigua, comportó una
ruptura en la historia de la liturgia cuyas consecuencias sólo podían ser
trágicas. Como ya había ocurrido muchas veces anteriormente, era del todo
razonable y estaba plenamente en línea con las disposiciones del Concilio que
se llegase a una revisión del Misal, sobre todo considerando la introducción de
las lenguas nacionales. Pero en aquel momento acaeció algo más: se destruyó el antiguo edificio y se
construyó otro, si bien con el material del cual estaba hecho el edificio
antiguo y utilizando también los proyectos precedentes.
No hay ninguna duda de que este nuevo Misal
comportaba en muchas de sus partes auténticas mejoras y un verdadera
enriquecimiento, pero el hecho de que se
presentase como un edificio nuevo, contrapuesto a aquel que se había formado a
lo largo de la historia, que se prohibiese este último y se hiciese aparecer la
liturgia de alguna manera ya no como un proceso vital, sino como un producto de
erudición de especialistas y de competencia jurídica, nos ha producido unos
daños extremadamente graves. Porque se
ha desarrollado la impresión de que la liturgia se «hace», que no es algo
que existe antes que nosotros, algo «dado», sino que depende de nuestras
decisiones. Como consecuencia de ello, no se reconoce esta capacidad sólo a los
especialistas o a una autoridad central, sino a que, en definitiva, cada «comunidad»
quiera darse una liturgia propia. Pero cuando la liturgia es algo que cada uno
hace a partir de si mismo, entonces no nos da ya la que es su verdadera cualidad: el encuentro con el misterio, que no es un
producto nuestro, sino nuestro origen y la fuente de nuestra vida. Para la
vida de la Iglesia es dramáticamente
urgente una renovación de la conciencia litúrgica, una reconciliación litúrgica
que vuelva a reconocer la unidad de la historia de la liturgia y comprenda el
Vaticano II no como ruptura, sino como momento evolutivo.
Es decir, que para Benedicto XVI, la crisis eclesial actual tiene mucho que ver con lo que el califica como "el hundimiento" de la Liturgia.
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