Asistimos en los últimos tiempos en España (y no sé si sucede lo mismo en el resto de países hispanohablantes) a un penoso espectáculo a la hora de escribir en el idioma español. La pretensión de la ideología de género de imponer lo que ellos denominan "lenguaje no sexista" está ganando terreno, y cada día tenemos la desventura de leer textos escritos en esta jerga, qué digo leer, mejor intentar leer, pues esa manera de retorcer nuestro idioma deviene en unos textos de casi imposible lectura y de pésima dicción. El asunto va mucho más allá de una mera cuestión estilística (que de seguir así acabara convirtiendo al idioma de Cervantes en una herramienta inútil) , se trata de una insidiosa manipulación de la ideología de género, que trata de imponerse en todos los frentes, y en éste, el primero.
Mi querido -y sabio- amigo Vicente Morro ha publicado recientemente el artículo que copio a continuación, en el que, con buen humor, describe los límites del ridículo a los que estamos llegando en España:
¿Dónde están mis hijas?
Me temo que debo haberlas perdido en algún recodo de los caminos de la Historia. Igual que a mi mujer, a mis hermanas, a mis amigas. Me explico. Soy uno de esos recalcitrantes a los que no les parece bien hacer ideología de las cosas más importantes. Por eso tengo la costumbre, buena para mí y mala para los amantes del lenguaje políticamente correcto imbuido de ideología de género, de seguir en esto los dictados de la Real Academia Española.
El caso es que tengo tres hijos varones y dos hijas. Cuando hablo de ellos –y ellas, tendría que haber añadido ahora para ser lo que ya he confesado que detesto-, casi siempre para presumir y sentirme satisfecho, me “olvido” de las dos chicas, pues tengo la costumbre de decir que “mis hijos son estupendos” o que “mis hijos son un regalo extraordinario de Dios” o “a pesar de todos los problemas, que no son pocos, no cambiaría a uno sólo de mis hijos”. También me olvido de mi mujer –sólo a veces- cuando digo, por ejemplo, que “todos iremos a tal o cual sitio” o cuando digo “nosotros llegaremos tarde”. Tendría que decir, para no invisibilizarlas, “todos y todas iremos” o “nosotros y nosotras llegaremos tarde” (los que me conocen saben que aquí estoy siendo muy realista y que la culpa suele ser sólo mía por lo que el uso sólo del masculino está más que justificado).
Hace unas semanas asistimos a la boda de una de mis sobrinas –y, si Dios quiere, dentro de unos meses asistiremos a la de una de mis ahijadas-. A mi hermano, el padre de la novia, unos días antes le dije: “Al final podremos ir todos, pues los dos mayores han podido cambiar los turnos de trabajo”. Curiosamente entendió que íbamos siete y no sólo los cuatro varones, y eso que no dije “iremos todos y todas”.
Otro ejemplo: mi mujer, obviamente, es lo que más quiero –y lo mejor que me ha pasado en mi vida-. Cuando hablo de los dos tengo el ¿vicio? de decir “nosotros”. ¿Qué tendría que decir para ser correcto políticamente, moderno o solidario: nosotros y nosotras, ella y yo, los y las dos? ¿No es simplemente ridículo?
Perdonadme, todos y todas (lo digo por si quieren aplicarme con efectos anticipados la futura –espero que no- ley de igualdad de trato y no discriminación), por el tiempo que os he robado, pero no quería quedarme callado ante tanta estupidez ideológica que ofende el sentido común. Amo igual a mis hijas y a mis hijos (un poco menos que a mi mujer, lógicamente); aprecio lo mismo a mis amigas que a mis amigos; trato de ayudar igual a mis compañeros que a mis compañeras; quier o a mis hermanos, hermanas, sobrinas, sobrinos; pero no pienso hablar de todos y todas, ellos y ellas, unos y otras. Seguiré diciendo “todos” porque hablo con el corazón y con la cabeza al mismo tiempo, porque uso la razón, el sentido común y la lógica y no la ideología. Os quiero a todos.
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